El arrebato contrario no hizo más que confirmar sus dudas, sí… ese que tenía por delante no hacía nada más que ponerse una mascarada fría y enigmática cuando era igual a los demás, necesitaba descargar sus bríos y… quién mejor que un “pobre e indefenso” pet. Abanicó el cortinaje de pestañas mientras le escuchaba, con mirada atónita, mirada que delataba delicadeza e incluso ingenuidad, con esos labios hinchados y humectados por la saliva – ahh… - suspiró justo sobre sus labios sin llegar a toparlos con los contrarios mientras dejaba descender los velos de piel sobre sus orbes oceánicos. Absolutamente teatral, dejándose acariciar, dejándose mancillar a través de verbos y miradas, caricias delicadas provenientes de la boca cercana, esa que parecía cántico y a la vez lúgubre tonada.
Sintió entonces el roce contra la boca ajena, cayendo el cortinaje de pestañas para cubrir por completo los ojos endulzados. El cuerpo bajó hasta donde los pies del élite se hallaban, mas no le besó, sólo permaneció con la cadera apoyada de costado y las piernas recogidas ligeramente, como si sentado sobre nubes permaneciera, los dedos aparentemente frágiles postrados en rizadas morisquetas con el fin de no resbalar por el frío suelo mientras él escondía el azorado rostro, las mejillas irrigadas del vicio rojizo candoroso de la ¿vergüenza?, o de la ¿inquietud el alma?
Lo dejó hablar, le permitió envalentonarse antes de que la figurita sin alas alzara la vista hacia donde la contraria estaba para meditar en silencio – El cielo… oyendo continuamente tus preces - elegante alzó su cuerpo para quedar sobre sus pies como si flotara por sobre el suelo – Vuelve a ofrecerte parte de lo que deseas vivir… - y así sonrió antes de retroceder con ambas manos pegadas a la espalda. Mirándolo a los ojos con deleite, como si ya con eso hubiese ofrendado amor, no de aquel que todos suspiraban, sino uno intenso, caliente, uno que devoraba a pesar de no haber contacto entre ambos. Deseo irrefrenable y angustia de no haber dermis recorrida por racimos de besos delirantes. Ya ni sus zapatos se escuchaban en el suelo cuando avanzaba, pues casi un espejismo aparentaba ser.
Se dejó reclinar entonces en uno de los sillones más largos – Avanza… - movió una de sus manos como danzando la misma por sobre sus vestimentas, resbalando en delicadas marejadas que no hacían más que arrugar las prendas sobre su dermis – si dudas… espera – se relamió los labios con los ojos entrecerrados y luego se sentó como si nada sucediera.
Le interesaba, le atraía, parecía atrapado y a la vez tan desinteresado que le demostraba lástima, pues entendía la sensación que debía atacar aquella alma atribulada. Ambos, pájaros incautos cayendo en las trampas de la vanidad, el orgullo y la ansiedad de más, más… más…
Tan jóvenes, tan varoniles y a la vez tan perfectos, con frecuencia a hurtadillas se coqueteaban sin desearlo, o tal vez buscando conseguir algo de ello, rendidos al mutuo encanto. Le dedicó una sonrisa leve, tierna como llanto de ave.
Movió una de sus piernas y fríamente llevó las manos a acomodar los cordones de sus bototos antes de levantarse para ir por un trago – Sentí el impulso de tu acento, deseé que me atravesaras… - rodó los ojos mientras vertía melosamente el licor sobre una copa – traspasé las murallas del infierno y sin miedos te esperé… - sonrió entretenido antes de depositar aquella botella en la mesa. Sostuvo la copa entre dos dedos para encaminarse hacia el sillón donde estaba el pelinegro, se inclinó y le dio a olfatear el contenido del cristal – La fiera angustiada permanece quieta… la fiera prefiere el suplicio eterno – entrecerró los ojos y alzó su cuerpo para beber por completo el elixir entre sus dedos, antes de lanzar con fuerza la copa al suelo y escucharla partirse en miles de fragmentos.
- ¡Quieran los cielos palpar mi dicha en este momento! -
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