miércoles, 29 de septiembre de 2010

Tim Drake x Dick Grayson


Este lemon.shot fue realizado en conjunto con Siddhartha.
Muchas gracias nene por tan buen polvo~

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El menor apretó con más fuerza la garganta, deslizando sus dedos para sentir con mayor perfección la tráquea… aún los músculos del cuello contrayéndose para intentar hacer fuerza. Los labios de Dick parecían igualmente luchar para evitar que le robara el poco aire que le quedaba en los pulmones - Sólo tú y tus ganas de existir son una molestia - Murmuró sobre los labios de su hermano mayor, acomodándose para colocar la rodilla sobre el esternón, y sus manos bajaban sutilmente dejando que el aire empezara a volver al otro.

El mayor muy a pesar de quererlo como si fuera su propio hermano, comenzaba a preocuparse de terminar muerto, ya hacía un par de minutos estaba viendo que eso no era una simple broma o molestia, ya iban del sartén al fuego. Sacudió sus brazos a los costados e imprimió fuerza en esa rodilla intentando separarlo, pero el otro sonreía mirándolo de manera casi maquiavélica. Entrecerró los ojos, apretó la mandíbula - ¡Cálmate!, No he hecho nada para que estés así de molesto! - espetó con molestia. Así se empujó con las piernas arqueando la columna y con ese impulso envió al otro al suelo. Aprovechó de girar en la fría superficie para dar un salto y quedar en guardia, aún así respirando agitado, desconfiado de los movimientos que pudiese hacer el menor.

Sus sospechas no eran infundadas, pues al momento de empujar al otro, no se dio cuenta de que Tim había lanzado una cuerda contra una de sus piernas; para derribarle en el momento en que cayó al suelo, Así, el ojiceleste se vio siendo halado con fuerza de ella, momento que aprovechó el otro para echársele de nuevo encima y atarle con fuerza las manos tras la espalda – ¡Agh! - Tan confiado como siempre, no se percató del grave error cometido, sólo hasta que el otro lo tenía boca abajo gruñó por su torpeza y nuevamente lo trataba como una simple res que preparaban para la cena, que chistoso, recién nombrado el nuevo guardián de la ciudad y no era capaz ni de calmar los impulsos de uno de sus subordinados. ¿Qué habría opinado de todo esto Bruce? Negó, estaba ya divagando en sus miles de pensamientos que no le dejaban actuar como debía. Rabeó y sacudió su cuerpo de manera salvaje con el único fin de terminar con el agarre.

-¡Bastante calmado estuve cuando dejaste que Gotham se fuera al diablo! ¡Eres demasiado blando y confiado! – Robin se atragantó con sus propias palabras… sentía que estaba hablando como Jason, pero seguía irritado, ¿por qué Dick tenía que estar en ese puesto? No podía ni controlar sus inseguridades.

- ¿No será que tienes miedo de lo que pasará? – Había sido sujetado contra el suelo a punta de empujones. Giró la cabeza mascullando las palabras mordidas, escupiendo un poco de sangre cuando el otro golpeaba su frente contra el suelo – ¡Agh! – no podía despegar la cabeza de esa mano.

Quizás… en otras condiciones nunca le hubiese puesto una mano encima a ese hombre, pero… simplemente quería dejarlo allí, sin oportunidades o salidas. Sonrió de lado, tan sádico al ver ese cuerpo bajo de él respirando con el mismo cansancio que compartía él mismo -… no creo que nada de esto te importe ¿Verdad? – murmuró al oído del mayor, pegando su pelvis contra las nalgas del otro.

Fue entonces que Richard sintió que todo su cuerpo se tensaba con creciente alarma. El vello de su cuello se erizaba cuando el aliento del menor barría el contorno de su oreja – CÁLLATE Y SUÉLTAME TIM! – se sacudió como pez en el mar y debido a su elasticidad logró arquear de tal manera su espina que incluso fue doloroso. Hubiese tenido ambas piernas libres habría sido fácil coger con ellas la cabeza del chico y lanzarlo lejos de sí, no obstante, ese momento debería esperar un poco… ahora estaba por completo tenso entre ataduras y el forcejeo del que se suponía su aliado.

El contrario presionó con rapidez sobre la séptima vértebra torácica para evitar que intentara moverse aun más. Sabía bien que con Grayson debía cuidarse hasta el más mínimo detalle, porque lo aprovecharía a su favor. Ató con más fuerza una de las piernas ayudándose de las bases de la estructura donde estaba la súper computadora; era ridículamente como tratar con un novillo. Un novillo que a decir verdad le tenía otras ganas muy diferentes a sólo azotarlo contra el suelo.

-Bruce nunca podría imaginar que su consentido se va a la mierda – Soltó entre dientes con bastante veneno.

Para el nuevo Batman, el dolor de cabeza ya era una realidad, la misma parecía palpitarle con tanta intensidad que no era capaz de pensar en alguna estrategia adecuada, tampoco quería atentar contra la integridad del chico, decididamente, no era lo que haría. Intentó por último concentrarse, hacerlo entrar en razón – Bruce nunca podría imaginar que tú te comportarías de esta forma… - escupió grave, como si de pronto hasta las cuerdas vocales estuviesen siendo tensadas con cada movimiento realizado por el chico maravilla, mas nunca pensó que el otro se haría de ese leve respiro para meter sus manos bajo su cuerpo.

Tim rasgaba con uno de los batarangs del uniforme que tanto había admirado, pero ahora le parecía solamente tela e hilos, desligando por completo los sentimientos de afecto de lo que estaba realizando; así, de manera fría, hizo un corte desde el pecho hasta llegar a la entrepierna, metiendo la mano en la tela.

El otro sacudió su cuerpo a la vez que sintió los dedos de su compañero haciéndose de la tela y arrastrándola con tal violencia que las costuras quedarían marcadas por varios días en su piel, gruñó lanzando una mirada agresiva, el otro solo miraba como si con sarcasmo le pidiese disculpas. Y de la nada la protección antibalas era rasgada como la nada. Ahora si que los ojos del mayor se explayaron, atónito sin ser capaz de hilar alguna elocuente frase en contra de las acciones cometidas contra su persona.
Jaló de las muñecas imprimiendo fuerza en las ataduras, las venas se hincharon en los dorsos de las manos, sin embargo, nada pudo lograr al intentar liberarse. Sus mejillas fueron atacadas por una violenta pincelada en tonos bermejos cuando los decididos dedos del muchacho hacían contacto, por primera vez, con sus genitales – ¡DÉJAME!, ¿ESTÁS LOCO O TE HACES? – su cuerpo tembló, entrecerró los ojos y con la pierna libre le soltó una fuerte patada a la altura del mentón.

El golpe fue bastante contundente, haciendo que Robin se sintiera hasta mareado y con una sensación de vomito atorada en la garganta, esto empezaba a írsele de las manos, pero a cada avance se daba cuenta que no podía echarse para atrás. Se sentía acalorado tanto por la lucha como por haber sentido el calor de esa zona a pesar de llevar aun los guantes puestos. Habría sido más fácil pedir perdón en ése momento y dar la huida, seguramente hasta el tonto de Richard lo perdonaría, pero… no quería hacerlo. Su expresión se contrajo en reproche puro al notar que realmente “Batman” no se daba por entendido de nada; todos eran demasiado parecidos a Bruce en ciertas cosas, pero Dick tenía hasta lo poco empático.

- Estará vivo, pero no está aquí!! –reclamó metiéndole una patada a las costillas con fuerza pero sin intenciones de romperlas, sólo sacarle el aire para volver a ponerse encima de él y atar la otra pierna en flexión para facilitarle las cosas.
Había perdido la sensación de culpabilidad causada por la sangre contenida en su boca, resbalar por la sien por el último empujón, incluso el dolor muscular del forcejeo; Estaba disfrutando oscuramente la desesperación de su hermano mayor; tanto que le sabía a una extraña gloria y sed lujuriosa mientras notaba las mejillas sonrojadas y los ojos celestes llenos de ira contenida.
Le rajó la tela de las nalgas, para dejar ver ese bien formado trasero… ¿Quién más habría disfrutado de éste? Aun sin ningún tipo de consideración le metió dos dedos dentro del apretado canal; soltando una leve carcajada al notar cómo los esfínteres apretaban alrededor de sus dígitos.

Loco o no. Da igual, después de esto.

- AAaaaaaagggghhhhhh - Gruñido que no se hizo esperar, reventó erosionando las paredes de la garganta, ronco como bufido, y el cuerpo se estremeció tanto que incluso pensó haber avanzado en el suelo alejándose del otro. No, había sido sólo el sucio juego de su mente, pues al tratar de alejarse del otro sus muslos conocieron el fuerte tirón de los músculos al contraerse. Asimismo, como las nalgas se hacían piedra intentando sacar del interior de su intimidad aquel cuerpo extraño. Su rostro aparte de rojo denotaba la ira, ya sus dientes rechinaban – Te vas… a arrep.. ahhhg…. – no podía ni terminar de hablar, ya su cuerpo se mecía de un lado a otro en busca de comodidad, no obstante, en esa posición muy poco podía hacer. Jaló nuevamente de sus piernas y lo único que logró al halar con tanta fuerza fue que su cuerpo retrocediera en el suelo quedando aún más cerca del que lo estaba atacando.

La espalda denotaba la fuerza impresa en cada sacudida – ¡Suéltame y haremos como si esto nunca hubiese sucedido! – giró la cabeza, sólo para notar como el otro sonreía con más energía, lo estaba disfrutando y verlo así era mucho peor que lo que le hiciera a su cuerpo - ¿Qué si digo que no, Dick? –soltó para sujetarle del rostro ahora que había volteado.

Ahora entendía muchas cosas que no solía captar de los criminales: La ira, el odio y hasta las agotadoras ganas que quedaban en una persona cuando se le llevaba al límite de la situación. Volvió a rasgar los labios de su hermano mayor, bebiendo su sangre y saliva; esos besos rojos lo estaban calentando tan rápido como los reclamos. ¿Arrepentirse? Sí, seguro lo haría, pero no ese momento mientras disfrutaba de la torcida ternura que mostraban los músculos del recto del mayor con sus dedos. Podía asegurar que se estaba divirtiendo aun más que al chico circo que tenía sometido -…deja de luchar de una vez, sabes que ya perdiste –murmuró lamiendo la orilla de la oreja.

Sabía… que era una afirmativa demasiado peligrosa, tomando en cuenta que era Richard, el que había ganado el manto de Batman. Empujó con más fuerza sus dedos dentro del otro, abriéndoles con brusquedad para dilatarlo… sonaba irónico que se fuera a “estrenar” con el que seguramente le cortaría la cabeza cuando se soltara, pero Drake no era de los que temían a algo así, había visto tantas cosas que ya la verdad sólo estaba dejando que sus instintos dominaran por encima de su razón, algo… que podía llegar a parecer imposible.

Si Grayson hubiese podido le revienta las narices de un puñetazo, pero para su mala suerte estaba maniatado, de pies y manos, por muy buen contorsionista que se jactaba de ser, no podía hacer nada, el mismo Bruce había instruido a cada uno de sus compañeros en cómo realizar buenas capturas, ahora teniendo las manos lejos de los shuriken debido a que el menor de los Robin había desgarrado su vestimenta, era imposible siquiera pensar en cortar las ataduras. Gruñó – Has lo que tengas que hacer… -

Evitó el contacto todo lo que pudo incluso atacó de la única forma posible, mordió su labio superior hasta que la sangre manó con fuerza, así lo dejaría marcado de alguna forma. Escupió la sangre del otro a un costado relamiéndose pronto los labios y así mostró sus blancos dientes mancillados por lo rojo de ese vertiente de boca del pequeño irreconocible – Ya más tarde veremos si serás capaz de escapar de lo que te haré – sonrió ampliamente, mas su sonrisa fue opacada por la caricia en su oreja. Su espina se contrajo, no pudo evitar soltar un leve suspiro que supo a pérdida, a menoscabo en su orgullo. Mordió torpemente su labio a pesar de que sangraba.

Mas todo se hizo un contraer de músculos cuando esos dedos fueron más allá, parecía que le rasgaban con las uñas el interior y eso si que lo obligó a soltar un grito de dolor y de impotencia pura. Pronto su cuerpo se azotó contra el suelo y pudo respirar atropelladamente. El otro había sacado los dedos de su recto, para poder bajarse el pantalón lo suficiente con el único fin de dejar libre su erección.

¿De verdad se estaba volviendo loco? Robin llevó ambas manos de nuevo al cuerpo que mantenía prisionero, deslizándoles por la cintura hasta bajar de nuevo a los genitales del ojiceleste, fue cuando su vista se deslizó hacia uno de los costados y pudo visualizar solamente como el ojiazul se bajaba los pantalones y de manera grotesca se masajeaba la creciente erección, las manos apretó y miró hacia delante en un intento de no pensar en lo que el otro iba a hacer, pero cuando Tim se adelantó a sus pronósticos.

El otro se entretenía masturbándole y apretándole los testículos con insidia, a la vez que dejaba su miembro bastante endurecido entre sus nalgas - Estás tan mojado como yo – soltó burlón mordiéndole la nuca.

Mojado, sólo en la mentecita retorcida de su querido pequeño hermano, cuándo iba a mojarse porque lo violaran, sólo un enfermo mental se excitaría de esa manera tan retorcida.
El mayor tiró de sus piernas bruscamente – SUELTA CARAJO! – ahí estaba, sonsacado y alterado.
El tercer Robin no pudo evitar soltar una fuerte carcajada mientras que el otro intentaba hacerse cualquier medio para liberarse, estaba en una gran posición… y Dick tenía no solamente la desventaja de su situación, sino que hasta sus amenazas se le hacían en ese momento sólo unos berrinches parecidos a los que pegaba Damian cada vez que se le castigaba. Las cosas… no debían ser así, pero de esa manera eran mientras más avanzaba disfrutando de cómo las tensiones en el cuerpo del mayor le dejaban saber que tenía el control.

Por unos momentos se detuvo, dejando la frente pegada contra el hombro de Richard; que Bruce y todos lo perdonaran después, pero de verdad no podía controlar sus instintos que hacían que sus manos volvieran a moverse sobre los genitales, enredando los dedos entre el vello y acariciar la base del pene. Su propia erección pegaba de vez en cuando contra el orificio que se contraía aun molesto por la intromisión de sus dedos; se sentía terriblemente delicioso cuando su glande rozaba esa piel. Respiró profundo por unos segundos, disfrutando el aroma de su hermano mayor… de nuevo la sonrisa perversa se pintó en los labios - Ya veremos qué eres capaz de hacer, Batman – Soltó con desprecio.

Le sujetó de la cadera, revitalizado y tan turbado que no le dio importancia a que le presionaba con bastante fuerza sobre los huesos de la pelvis, y aun la herida de su labio que se cicatrizaba con el doloroso escozor de por medio.
Colocó la punta de su pene contra el ano del otro, empujando con fuerza soltando un rugido entre placer y el dolor de entrar de esa forma contra el cuerpo de su hermano. Se dobló un poco, aun jadeando y con el cabello cubriendo sus expresión contraída en la delicia de probar el calor de esa carne tan firme.

Una bocanada de saliva expulsó junto con un grito de puro dolor en el momento justo en que el otro allanara con tanta violencia su cuerpo, ni con la tensión de su musculatura pudo evitar que el otro se abriera paso en su carne, sus ojos desplegados en su totalidad daban a entender el dolor y la imperante necesidad de soltarse, mas los músculos decían otra cosa, las manos apretadas y casi reventando las ataduras halaba, pero era en vano, como cordero estaba mientras el otro embestía con total osadía. Su torso antes alzado por la fuerza del impacto caía con fuerza en el suelo, el rostro así chocaba en la fría superficie, sobre la saliva que él mismo hubo escupido, la misma que mojaba las puntas de su cabello, hebras ébano que actuaban ahora como finísimas plumillas dibujando senderos húmedos por la faz afiebrada y contraída en dolor, en angustia, desazón infinita. -¡Ja!... ¿Dónde quedaste, Dick?!... maldito idiota… - El muchacho le sujetaba de la cadera, a la vez que le toma del cabello con fuerza para que no levantara la cabeza del piso; no iba a soportar verlo después de esto. Sabía que cualquier lazo que tuvieran se iría al demonio, pero su corazón se contraía haciéndole sentir adolorido a pesar que todo su cuerpo se encontraba en una fiesta de hormonas y neurotransmisores que no dejaban que su cadera se detuviera contra el trasero del mayor, sintiendo como sus testículos se golpeaban contra esa piel cuando entraba completamente dentro.

No había ningún tipo de cariño en esos movimientos, el chico había quebrantado la confianza que hubo depositado en su persona, las cosas no volverían a ser lo mismo y él no volvería a confiar en aquel que sin mediar palabras se hizo agresor de la nada.
Sus músculos se estremecían ahora en busca de quitarlo del interior, empero cada vez que se mecía con el fin de lograr su cometido, calambres recorrían toda su zona baja haciendo imposible siquiera pensar en inclinar la pelvis. Así sus labios fueron arrastrados por el suelo, manchó el mismo con su sangre y saliva, a la vez que otro empellón recibía – Aaaagh… - lagrimones traslúcidos cayeron de sus claros orbes para rodar por sus mejillas amoratadas de tan rojas.

Drake giró el rostro del mayor para mirar su expresión de dolor, ira y… esos lagrimones que seguramente eran por dolor más que por otra cosa; al menos eso pensaba mientras le observaba con una clara expresión en blanco, nada de emociones en ella… sencillamente el observar a su hermano hecho absolutamente… nada -Ya no eres tan divertido… -murmuró para sí.

Volvió a pegarlo bien contra el suelo, para seguir embistiéndolo. Se arriesgó a salir de su cuerpo, para obligarlo a ponerse de rodillas sujetándole de los negros cabellos. Mirando por sobre el hombro del otro que no había ningún cambio en la flacidez del pene de Richard ¿tan desagradable era? Le abrió bien las piernas para volver a entrar en él, sin importar la sangre que había manchado sus manos mientras se había masturbado para no perder rigidez; esa sangre, no podía ser de otro lugar más que del recto del otro al ser desgarrado con esos empellones que le propinaba.
En tanto el mayor, apenas y abrió los ojos para observar cuanto el otro hacía, a pesar de que sus músculos estaban rígidos permitían cualquier movimiento por brusco que fuese, su cuerpo estaba en estado de shock, sólo dejaba que el otro embistiera arrastrando su humanidad por el suelo como si ya no tuviese control de su anatomía, esperen… estaba atado de pies y manos, no tenía control de su cuerpo.

Sujetaba una vez más la cintura para poder penetrarle con la fuerza para hacerlo gritar a él también. Le frustraba no ver completamente la expresión de Dick aunque al levantar ligeramente la vista pudo ver el reflejo de éste en la carrocería del Batimovil -… agradeceré a Bruce por la pintura del auto -.

Grayson sentía las manos de su querido hermanito que lo obligaba a mirarse en la carrocería recién pulida del vehículo que había usado hacía un par de horas. Entrecerró los ojos, prefirió no mirarlo, no responder. Ya su cuerpo estaba destrozado por dentro, mas que eso su orgullo – Ah… - sus facciones se retorcieron en puro dolor cuando nuevamente entraban a su cuerpo y así sentía la respiración irregular sobre su hombro.

Con aquella imagen pudo hábilmente sujetar con la mano libre el cuello del de oscuro ropaje, volviendo a delinear los músculos… era tan tentador matarlo allí mismo… pero sólo le provocó reírse en medio de los gemidos que su propia garganta no contenía, haciéndole toser y escupir algo de saliva: No… su intención no era matar a su hermano ¿cómo podría tan sólo pensarlo?

El menor lo tenía tan bien que se sintió completamente confiado y seguro que no haría ya nada, pero el mayor no se quedaría así como así, sin demostrar la más mínima queja, por lo que movió la cabeza con tanta velocidad que algunas hebras de su cabellera quedaron adheridos a los dedos del muchacho, ahora su nuca la estrellaba contra la cara de éste – ¡SUÉLTAME MOCOSO! – sí, era bueno, también era amable, pero no todos los días venían a violarlo.

¡Pero qué tonto! Demasiado tonto para que fuera a creérsela. La cara le dolía, especialmente la nariz que por instintito llevó el dorso de la mano a ella para sentir como salía sangre de ella; aun así el dolor le hacía despertar lentamente de su destructivo berrinche. Aun podía echarse atrás y nada pasaría… bueno quizás cuando Richard se recuperara y no lo quisiera usar para limpiar toda la guarida. Apretó los dientes y le soltó otra patada a la cadera, pero ya casi solamente como las que usaban para molestarse entre ellos.

Richard cayó de bruces sin ser capaz de sostenerse en sus propias rodillas, el latigazo de su rostro contra el suelo casi lo llevó a perder la conciencia, los dientes castañearon y de su boca resbaló un hilo de sangre, se había pasado a morder uno de los labios, nuevamente quedaba a completa disposición de que el otro atacara su parte trasera, ya mas no importó, estaba tan destruido física y emocionalmente que sólo pedía que se corriera pronto para que todo acabara. Suponía que una vez que terminara le dejaría ir.

Volvió a subir a su cuerpo, metiéndole hasta el último centímetro de su miembro a ese recto que seguramente tardaría mucho en sanar. Sujetó el hombro del mayor, para dejarlo bien pegado al suelo y no tener que mirar más su rostro: Cada que lo veía sentía un vacío en el estómago; algo parecido al capricho, pero a la vez se repetía que aun tenía posibilidad de detenerse.

Empujó con más fuerza dentro de él, jadeando a cada roce dentro de aquella piel tan caliente, tan abrigadora y húmeda por nada más que la sangre y su presemen. Deslizó la mano que le sujetaba del hombro por la espalda hasta poder sujetar las manos del otro; si Bruce volvía pronto… juraba que le diría la verdad… y aceptaría su castigo, pero por el momento se dejó abandonado de sus propios deseos.
Con los ojos cerrados siguió satisfaciéndose de forma egoísta, hasta que se sintió atragantado con la tensión que le recorrió desde su erección, hasta la base de la nuca. Un escalofrío que le hizo apretar los dientes y eyacular dentro de la persona que veía más que como su hermano, pero ahora después de haber llegado al orgasmo; aquel pensamiento sólo le hizo reírse levemente, mezclándolo con la sensación de un nudo en la garganta.

Ahora su cuerpo maltratado no fue capaz ni de demostrar disconformidad, sólo sentía que se movía ya con el cuerpo completamente adormecido debido a los vejámenes protagonizados. Respiraba cada vez que podía, sólo aguantando las inmensas ganas de devolver todo cuanto había en su estómago y así le pareció haber hecho cuando la saliva salpicaba de entre sus labios entre tosido y tosido, balbuceaba pesadamente que lo dejara mas de pronto toda imagen se hizo borrosa, tampoco sentía claramente la respiración caliente sobre su cuello ni los jadeos del chico. Comenzó a perder conciencia de todo, siquiera y podía sentir su propia garganta tragando aire. Ya todo estaba oscuro, ya no sentía nada, ni era capaz de moverse. Para él había acabado la velada, aún así, la sangre no dejaba de manar, silenciosa, caliente… humectando su parte baja y los genitales que le mancillaban de manera descabellada.

Drake se sintió perdido por unos segundos, apretando con fuerza el manto de Batman; el que ahora era de Grayson, y se sintió terriblemente culpable. Le desató casi a tirones cuando notó que ni siquiera le soltaba una de sus tontas bromas. ¿¡Qué diablos había estado pensando?! Esto no se suponía que debía pasar, al menos Richard debía haberlo dejado inconsciente y escapado en el peor de los casos, pero no, ahora era lo bastante culpable como cualquier otro criminal que conociera - Dick… -murmuró moviendo el cuerpo del mayor- Richard… por favor…-

Se sintió ahogado al no recibir más respuesta que ese respirar acompasado. Se había jurado aceptar su castigo, pero notarse a sí mismo tan lleno de sangre, no cualquier sangre, sino que proveniente del cuerpo maltratado de su hermano, eso le hizo agobiarse, entrar en una lucha interna entre quedarse o salir corriendo; pero por primera vez en mucho tiempo sintió el pánico apoderarse de todo su cuerpo. Apenas y pudo arreglarse la ropa para emprender la huida.

martes, 28 de septiembre de 2010

Sun shines...


Envy (c) Hiromu Arakawa
Art (c) Me [Edain, NowakiSakuma, Todolujurioso]


Me puse a practicar las cosas que me ha enseñado Cris, a ver si algún día me da el pellejo para hacer todo un one.shot xD

No sé si se nota que la cabeza de Envy tiene rostros deformados x//D se ve muy sexy el maldito, just like always.

Besos, en especial a Neid.

sábado, 25 de septiembre de 2010

¿Something stupid?


Sakuma Ryuichi (c) Maki Murakami
Art (c) me [NowakiSakuma, Edain, Todolujurioso)

Bath...


Enrique (c) Me [Edain/Nowakisakuma/todolujurioso]


Buehhh, hace tiempo lo había terminado pero se me había olvidado subirlo xD aquí está mi rico Enrique saliendo de su baño matinal.

Me encanta como le quedó el pelo x//D la técnica de coloreado me la enseñó mi amiga Cris.

Ya me gustaría quitarle esa toalla y dejar sus atributos al aire ´A`

viernes, 24 de septiembre de 2010

Alejandro (9)


(Ya ha pasado harto luego de la última actualización, ahora ambos personajes están bebiendo vino tinto en la sala)


Solícito e histriónico se movía en grata charla con su acompañante, ese que le miraba tranquilo y casi de manera adormecida. No obstante, entendía que no podía hacerse mucho a la buena plática, recién venían conociéndose como para que de la nada soltase la lengua, mucho menos en residencia muy diferente a las de la cofradía a la que pertenecía aquel. Le miraba atento, cada uno de sus ademanes, por de más austeros, no por ello menos elegantes, interesantes. Seguía de buen gusto la manera en que el contrario se servía el vino ofertado, ese que tan bien habían hecho en la vivienda hacía unos cuantos años y el sonido que tanto deseaba escuchar, el de aprobación, pequeña mueca con los orbes y luego desvió su mirada hacia el vino tinto que se mecía tan ladino en su copa. Dejó irrigar su paladar con aquella sustancia sin perder de vista al que estaba justo en frente a él.

Los sirvientes iban y venían, prestando atención necesaria a ambos mientras aún el silencio se comía cada uno de sus suspiros o respiración, daba igual, de todos modos él sólo se concentraba en todo lo que proviniera de su consorte. Mas el agrado fue mayor cuando le vio beber por completo, sus cejas se alzaron en una mueca de sorpresa, no pretendía que fuese tan rápido aquel hombre. Vaya que tenía sed y él pensó que estaba siendo descortés al invitarle a beber – Feliz me quedo en el regocijo que provoca oíros tan agradado de las vides mías - atado al sillón por lianas invisibles seguía en devaneo dulce la cata de alcohol y la de la visión contraria. Cabellera tan clara que invitaba a las caricias, así como la faz decorada por una marca que muy lejos de parecer horrenda, sólo le invitaba a pecar imaginando lamerla.

Llegaron unas cuantas mujeres para aposentarse a los costados de la mesa, con vestimentas limpias, esperando a que el amo indicase la hora para servir los deliciosos manjares que habían preparado para los comensales. Así desvió la mirada hacia letanía, allá donde el sacerdote no yacía, sólo esperando calmar el estado de insanidad moral – Oh… créame padrecito que a lo que han preparado para agasajarle no se podrá negar – nuevamente servían tragos al invitado, el hombre miraba a los sirvientes para que fueran cautos, silenciosos, que no molestasen de ninguna manera al hombre que tenían por delante – usted nunca importunará a nadie… - le miró a los ojos, clavando los orbes rosáceo pálido en los ajenos – créamelo… - casi gruñido gutural, caricia vocalizada que llegaría a aposentarse en los oídos del siervo de dios.

Pestañeó, el invitado le miraba silencioso como si buscara explicaciones por algo, no obstante, poco a poco su rostro se iba manchando de rojo. Sintió por dentro revoloteo incesante de miles de mariposas, sonrió igualmente sin dar a conocer todo lo que en su interno ser se cernía, bienestar de aquel que antes no saborearía y así, de la nada se alzó para mecer con cuidado el antebrazo dando invitación adecuada a su invitado – La mesa espera… mi señor – susurró lo último, más para sí que para oídos vecinos. Al pasar el rubio junto a él sólo se permitió aspirar su aroma, como un perro de caza que buscaba rastros de la liebre a cazar, como si de la nada fuera un enorme reptil al acecho en busca de la pequeña criatura que devoraría lentamente antes de relamer sus dientes y tragara la saliva espesa.

Yendo tras el invitado le condujo como pastor a la oveja, hasta llevarlo a buen paradero, la silla selecta. Sostuvo desde los laterales la misma esperando a que el otro se acomodara allegándolo cuidadoso hasta la orilla - [i]Todo es gala con usted en rededor[/i] – pensó sonriente, cortés y se dirigió hasta su puesto que no era más lejano que un par de pasos, no deseaba que el otro se encontrara muy apartado, después de todo, la buena charla entre futuros compañeros de trabajo debía suscitarse sin contratiempos, ni obstáculos. Miró entonces, de maría fría y tosca para solicitar de inmediato que sirvieran la comida. Nuevamente los pasos descalzos de los sirvientes se hicieron un tamborileo que junto a la lluvia parecía hasta música ambiental. Le miró de lleno y sonrió – Espero que los alimentos sean de toda su complacencia Padre – aún ni sabía su nombre, no obstante, no estaba seguro si era adecuado preguntarlo, se contuvo, desvió la mirada hacia los candelabros sobre la mesa, justo donde posaban fuentes con ensaladas varias.

Llegaban entonces las bandejas con dos pequeños pocillos de consomé, que no era más que caldo de ave con algunas especias, así, cuidadosamente dejaron aquellos platillos sobre los más grandes ya puestos cómodamente sobre el mantel - ¿Podría usted bendecir los alimentos padrecito? – mirada furtiva, de animal hambriento, ocasionalmente no de alimentos, sino de otro tipo de carne, una blanca y aún en movimiento, sí… la piel de ese sacerdote pintaba deliciosa, incluso sintió en su nariz como si ya la presionara contra sus muslos y resbalara por ellos hasta donde el sacerdote perdía toda castidad. Entrecerró los ojos acariciando sutilmente el mango de la cuchara de plata y no pudo evitar que su lengua acariciara el interior de sus dientes. Pestañeó lento antes de cerrar los ojos e inclinar el rostro. No escuchaba tantas oraciones, sólo se concentraba en la voz de su vecino, hipérbole vocal, todo cuanto pensaba era suciedad… gemidos y jadeos que nunca hubo pronunciado el de cabellera dorada, el pelirrojo soñaba y lo hacía a lo grande, pictogramas de su invitado en diferentes movimientos sobre la mesa mientras él le devoraba, mientras con lascivia jugueteaba con los retazos de un cuerpo que pensaba virginal. Ahhh… que festín aquel el que se daría.

Tanto pensamiento no lograba dilucidar lo que era fantasía de lo que era real – Amén – susurró con humilde voz y gesto para abrir los ojos y percatarse de que aquel hombre era poesía hecha realidad.

Tomó así la cuchara antes acariciada de manera incitadora, ahora como cualquier instrumento acomodaba entre sus dedos grandes para ir por la primera bocanada de alimento. Lento, tranquilo probó aquello, no deseaba que de entre sus dientes resbalara la más mínima lágrima de sopa, no deseaba quedar en ridículo delante de tal hombre, podría mostrar su verdadera forma delante de cualquiera, mas delante de éste sólo pretendía ser lo más perfecto posible. Miles de sutiles lisonjas para congraciarse con aquel de mirada fría y distante - ¿De qué comunidad viene el padre? – quería tenerlo cercano, aún no sabiendo la manera de llegar a él. Sólo llamó a los demás para con la mirada indicar que mantuviesen llena la copa del sacerdote – Como médico el licor actúa… ya verá que el cuerpo haya candor en una noche tan fría – susurró con dobles intenciones, puesto ya sabía lo que haría.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Kyrie, eléison



Al fin terminé el dibujo de Alejandro y su amado Alfred. Sí, no es una monja, es un monjO, bueno, en la trama Alfred es un sacerdote inquisidor.

he estado escuchando la siguiente canción mientras dibujaba, me inspira *//*

Imagen dedicada a Haro.chan, con quien juego esta trama tan interesante, le doy gracias por esperarme a pesar de que demoro en responder =___=

lunes, 20 de septiembre de 2010

Alejandro's lover



Un dibujo rápido, me imaginaba al religioso sentado en el suelo de una habitación oscura, encerrado. Donde lo hubiese dejado Alejandro con el fin de que no se le escapara antes de hacer mañamañaña~

Dibujo dedicado a Haro.chan [Kasu]

domingo, 19 de septiembre de 2010

Amor en la basura



Tabla: Retos sueltos
Reto: 7. Amor en la basura.
Fandom: Original [Bernardo y Catalina]
Advertencias: Emo
Número de palabras: 508

Oscuros cristales interponíanse entre sus orbes y miradas furtivas de aquellos quienes más le querían. Sonrisa amplia y los abrazos correspondientes, caricias en las espaldas mientras silente avanzaba. Respiraba hondo a la vez que acomodaba su larga cabellera ensortijada, así era como Catalina a su vehículo llegaba. Ya los amigos habían subido y le esperaban, uno de ellos subía el equipaje a la maletera.

Hacía semanas había dejado el país, había corrido con suerte, aún así el tiempo había transcurrido tan lento que se le hizo una eternidad, necesitaba verle, contarle que estaba bien, lo amaba.

No obstante, el que no llegara a recibirla le dejó perpleja, las miradas de sus más cercanos algo escondían, esperó a no hacerse falsos problemas y prefirió mostrarse serena y hasta contenta de que todos ellos estuviesen cerca. Montó en su carro y fue llevada hasta su hogar, donde buenos padres le esperaban con una comida especial

Pero… él no llegaba. De vez en cuando se percataba mirando por la ventana hacia la entrada, justo donde aquel aparcaba su vehículo como si con ello fuese a llegar más rápido – Han sabido algo de Bernardo – preguntó al aire, en melódica voz para que no sonara arrogante.

Se miraron sin contestar, sólo la madre se adelantó para besar su mejilla y acariciar su mollera en un ademán por demás protector – No creo que venga… - susurró antes de sus dedos hundir en la espesa cabellera de la muchacha y pegar su cabeza a la de ella – está algo ocupado estos días –.

Rodó los orbes un tanto desencajada, qué más importante que la llegada de ella, después de tamaña muestra de amor - ¿Qué sucedió en mi ausencia? – la voz tentaba a la pena.

Y así fue como los progenitores comenzaron a explicar que en el corto lapso de tiempo en que ella estuvo de vacaciones, el muchacho fue obligado a casarse con alguien. El dinero, siempre el dinero fue la razón por la que el muchacho enamorado cediera. Muchas personas dependían de su actuar.

A la noche, asistió aún sin invitación a la recepción que se daría en la residencia Ackermann, donde se felicitaba a los recién casados y se les deseaba infinita felicidad. Pues bien, quién podría desearle más felicidad al novio que aquella que por amor salió del país para hacerse un aborto.

Aquel ni tuvo opción de negarse, pues nunca lo supo. Ella no quería arruinar su vida con un “mocoso”, simplemente, Bernardo tenía muchos sueños, sueños tan grandes en los cuales un hijo aún no pintaba, la chica había decidido por el bien de ambos que los descendientes esperaran, sin saber que el futuro en común sería cruelmente truncado.

Pidió explicaciones mas no logró escuchar todo, una bofetada fue lo último que el chico recibió de ella.

Aún el alma de la chica unida a la de él permanecía, invisible nudo que no se rompería ni en las más cruentas batallas de la vida a pesar de que el amor esté tirado en un montículo de recuerdos, ahora basura.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Teguid Techrabu



Manos pálidas y tan frías como la piedra temblaban a medida que el cuerpo se arrastraba dejando huellas de su basta existencia en la nada. Huesos torcidos, expuestos a la visión del mundo mientras los trozos de músculos en proceso de descomposición los abrazaban como abrigando a un bien apreciado – Ahhh… – jadeó leve como una serpiente mal oliente, siseando enredado aparatosamente en la piel que dejaba atrás, no obstante, dicha piel no era más que toda la corporalidad, toda ella, para poco a poco desintegrarse en fino polvillo.

Murallas, altas y negras resguardaban los vestigios de otras eras, señales de humano deformado, evolucionado, decepcionado de su suerte… de su existencia. Y así, en torbellinos silenciosos avanzaba la masa hecha polvo, se entrelazaba con retazos de gradientes de diferentes colores, le gustaba diseminarse, posarse en todo lo que habitaba, examinarlo con paciencia abrumante. No había apuro, nadie le llamaba, nadie le interesaba como para avanzar de manera rápida.

Amante de lo áfono en silencio errumbaba, con señales de presteza, ligereza… monotonía concebida en una locación sin límites conocidos que pudiese traspasar siquiera. Lo exasperaba… no obstante, debía admitir, que todo el encierro conllevaba ciertos gustos por los gritos y blasfemias emitidas por las criaturas vecinas, no tan gráciles como deseara, bestias de ojos saltones y mejillas pálidas pinceladas en rosetones, frágiles cuerpos que se mecían con el viento, aglutinando sin fin de debilidades, dulzura… amabilidad, bastas formas de existir que no comprendía, ni deseaba experimentar.

Trayecto incierto, mas para todo lo que tenía que hacer allí, era nada más que entretención, ánimo de explorar los lóbregos rincones que le proporcionaban una que otra figurilla inexperta, dispuesta a la pasión. Pasión… sacrificio… qué más daba el vocablo a utilizar, era mucho mejor sentir los gritos, la expresión en su mirar, cada vez que intuían que hasta allí llegaba su boleto en la travesía denominada vida. Ahh… gusto insaciable por lo que pronto yacería en la cripta. La misma que tenía en las mismas vísceras. La misma que le invitaba a una danza sin fin, una danza donde el único que gustoso y preparado era el oscuro… polvo que se condensaba entre las tablas del suelo y que de la nada se convertía en sanguinolenta masa que se revolvía, burbujeaba. Sonidos guturales, otros más explícitos de la carne revuelta y hecha trizas, amasándose como una verdadera lombriz sanguinolenta.

Hedía… a vida, a la misma vida que recorría su ser, la que arrancaba de otros a la hora de comer. Nicho de afecciones, cuál de ellas más macabra, bilis, pus, derrames varios, hacedor de dolencias más allá de lo carnal, comenzaba a arrastrar su putrefacta humanidad, por paredes se deslizó y las rendijas traspasó, orillas oscuras de las que se sirvió para viajar más pronto. Husmeaba acechando, descartando lo que no fuera de su complacencia, al parecer, nada de lo presente allí lo era.

Todos, para él, infames entes eran, sin valor aparte de servir de nutriente, bebida o carne… daba igual, hasta en el deceso les servían de entretención.

Fortuito fue el que llegara a un lugar nunca antes visitado, varias plantas, muchas en realidad, más de las que gustara, más de las que aceptara. Residente disgustado con la visión tan “viva” desapareció por completo dejando que su cuerpo alcanzara temperatura tal que su dermis se esfumó como gas, del mismo modo sucedió con las vísceras contenidas por la piel repugnante. En cuestión de minutos no era más que lagunas derramadas entre las plantas, como manchas grandes de agua, agua oscura y de gran poder fertilizante, tanto que los mismos vegetales comenzaban a decaer significativamente en meros segundos de contacto con el nuevo alimento.

Los sentidos de pronto detectaban manjar que embelezaba, necesitaba acercarse y de pronto la marejada como brea, divisaba a lo lejos un par de figuras de piel tersa, camuflaje perfecto, verdosa gama de orbes y cabellera ostentaban, debía acercarse, examinar… análisis forense propiciaba desarrollar.

Las gotas de oscuro color ascendían por los tallos y se acercaban a las hojas para que al momento de caer de la planta se convirtieran en una marejada de lepidópteros de oscuro matiz, sobrevolaba así a ambas entidades con el único fin de rozar dermis ajenas, probar deseaba, degustar lo que se presentaba.

Alejandro (8)


Silencio reinante, asfixiante la mayor parte del tiempo, sólo quebrantado por tan deliciosa combinación de melódica entonación de la voz contraria. Eso le parecía. No por ello se dejaría a la liviandad de observarle sin más, sino que continuó con su meditación, su pensamiento sobre qué hacer en la situación que trajeran de la nada ante su presencia. El vivir alejado de su pequeño “reino” no le hacía gracia, ninguna en realidad. Dejar todo atrás por ir tras esas faldas muy a pesar de que no fueran las de una agraciada dama. No le parecía muy buen trueque, sin embargo, sabido era que la Iglesia cancelaba a justa hora, a pesar de que con el tiempo hacía menos cuantiosas las sumas de dinero. Eso era lo que refrenaba su espíritu aventurero.

Claro si fiar su destino debía, no había mejor que al Señor. Magnánimo y bravo ente que reconquistaría muy pronto sus derechos sobre las almas impías, camino más propio para un alma atormentada no había, el ayudar al sacerdote a la salvación de almas le encaminaría en la senda del bien. Deslizó el tosco pañuelo por su párpados en busca de secar algo si quiera parecido a lágrimas al momento de toser antes de llevarlo a buen recaudo, entre los pliegues del abrigo que no se quitaba ni por si acaso.

Acostumbrado a bruto comportamiento se percataba de la delicadeza del ser contrario, sus movimientos y miradas furtivas le entretenían como le ponían nervioso. Tal vez buscaba tentarle para hacer caer en pecado y a penas terminar el trabajo llevarlo a la tumba, tan silenciosa, tan límpida. Suspiró – Esclavos… - pensó, tampoco es que le interesase mucho sus vidas, después de todo, no era trabajo de la Iglesia preocuparse por almas, que en muchos casos ni conocían de la existencia del Padre – Uhm… - aún no lograba convencerle completamente si aquella empresa sería lo más apropiado para un hombre como él. Siempre viviendo en abyección profunda, una bestia ruin no osaba ni asistir a la Iglesia, de hecho, se lo tenían prohibido por tener a algunos esclavos moros en sus filas. Ahora que el mismísimo inquisidor había llegado a su residencia debería debatirse entre obligarles a hacerse católicos o de plano truncar sus vidas. Ni demente permitiría que por un puñado de simples esclavos, animales de bajo rango, tomasen la propia.

En cuanto el hombre habló sobre sus tierras no pudo evitar sobresaltarse, cómo pretender hacer ajeno lo único que poseía en ese mundo tan lleno de pobreza. Sonrió altivo para su interlocutor y entonces sus dedos entrelazó para avecinarse lo suficiente y mirarle pedante – Cuán amargo para mí es tener que rechazar la solicitud de deshacerme de mis bienes inmuebles – silbaba su voz entre los pliegues de los vendajes que tan bien hubo colocado en la mañana antes de su traje – Sabrá usted que poseo varios terrenos y muchos más esclavos, no obstante, muchos de ellos son de mi confianza – pues claro, esos mismos esclavos ya mayores a él que en un inicio le ayudaron a hacerse de la fortuna que poseía, no se desharía de ellos, por lo mismo les había dado un nombre nuevo y les permitía en secreto llevar su religión pagana, para el mundo aquellos no eran más que fieles creyentes de la religión católica y así seguirían pareciendo. Iban a misa a pesar de que a su amo le negaran la entrada, pues el sacerdote de la ciudad pensaba que debía salvar las almas de aquellos que han de habitar en el infierno terrenal – Debería confiar parte de mi fortuna a ellos, que con justo tesón prosiguieran con la transacción que se lleva a efecto en esta ciudad – por el bien propio por sobre el de los demás.

Y así la charla continuó mientras él observaba a tan buen acompañante, uno de los esclavos se hacía presente y hacía reverencia de rodillas pegando la frente en el suelo para dar la bienvenida al inquisidor, aún desconociendo los motivos que le traían. Un esclavo convertido y muy creyente que trataba por todos los medios de ayudar a sus pares. Una vez que se presentara ante ellos, así inclinado preguntaba si deseaban beber algo. Amago lento y firme el hombre de la casa ordenaba dos tazas, una para sí, de café y una de leche tibia para el religioso, supuso que aquello compondría su cansancio y le animaría un poco más para continuar con su charla. El hombre de color salía así inclinado para no observar sus rostros, temía al castigo que pudiese recibir si osaba por milisegundos observar sus orbes.

Sonrisa del invitado más llana e inspiradora, le reconfortó el alma y provocó sentimiento de vergüenza, no pudo evitar entrecerrar los orbes, de pronto daba gracias de llevar cubierto el rostro, pues sus facciones eran por completo reproche de cuanto se le acercara, de cuanto le hablara y le mirara. Empero las palabras de los compañeros de aquel inquisidor borraron todo atisbo de templanza y amabilidad, convirtiendo esa mirada en rabiosa y por completo abrumada – Muchas veces se juzga a los libros por la portada más que por el contenido – susurró molesto y sin poder evitar demostrarlo, así regresó hasta su asiento para cubrir una de sus piernas con uno de los bordes del cuero de ese tosco abrigo.

Mas todo parecía tan extraño, en vez de que el recién llegado se amedrentara por su comportamiento, parecía querer indagar más, incluso le pareció verle acercarse. Un momento, claro, había desprendido su cuerpo del respaldo del sillón donde tan cómodo había caído y ahora más cerca del anfitrión hablaba, tranquilo e incluso paternal, buscando razones para el mal obrar de sus pares.

Miró hacia un costado, sin poder contener una media sonrisa que sólo se representó por un leve entrecerrar de orbes - ¿Pecado? – le miró derecho a la cara – Sólo el pecado de haber nacido y no es que con eso me refiera a algún tipo de conversión, pues de infante, ya las primeras palabras fueron destinadas a Nuestro Padre – se persignó.

El esclavo entraba con una bandeja, acomodó las tazas cerca de aquellos y con un lechero de porcelana vertió tan albo riachuelo que salpicó en el pálido y delicado contenedor, así sin tocar siquiera los bordes de las tazas con sus dígitos, se retiró ofreciéndose para cualquier tipo de solicitud que deseasen formular.

Desvió la mirada, la tensión se sentía en el ambiente, supuso que siendo el contrario un religioso obraría igual que sus semejantes. Aún así, no pudo más que agregar – La razón de que así me llamen, es que llevo la marca de la bestia – entrecerró los ojos y muy lejos de acomodarse para beber de lo que tan bien aromatizado le sirvieran, alzó las manos para comenzar a desprender la tela de su rostro, dejando a libre albedrío la imagen siniestra. Sin dermis que recubriese sus labios y mejillas había nacido, por ende nadie le parecía que fuese buen ejemplar de católico, ningún humano que se enorgulleciera de ser católico traía marcas de nacimiento en su cuerpo. Por lo general, eran extirpadas a pronta edad, o tal vez sacrificados. Mas al ser su marca de tamañas proporciones no pudieron cubrirla con nada, tampoco asesinarlo era solución para mitigar el dolor de esos padres. Aquellos que después de años de sufrir por causa de haber traído al mundo al “hijo de Satán” no dudaron en deshacerse de él para limpiar sus arruinadas existencias.

- Dígame usted – El rostro en parte cadavérico le hablaba – ¿Es pecado el haber nacido así sin saber yo la razón de mi falta? – Cabía la enorme posibilidad de que el sacerdote arremetiera con toda la fuerza de la ley sobre él, que le condenara por nacer imperfecto ante los ojos de los hombres.

Temptations [fragmento]



[Ulbrecht-sama X Ryuichi Sakuma]


En deliciosa languidez sumido le veía. Como pequeño niño envuelto en vaporoso traje sentía al perpetrador que localizaba su parte más íntima y le pellizcaba con osadía, con necesidad, con deseo, hasta vulgaridad.

Los suaves párpados coronados por espesas pestañas se inclinaron, escondiendo así el pudor que sentía ante aquella presencia tal vez maligna. Muy cerca de su oído aquél dejaba un racimo de palabras con las que el peliverde se vio desnudo de la nada.

Sintió enmudecer su garganta cuando Ulbrecht le obsequió el fecundo calor de su mirada y sus labios se curvaron en simil lujuria para con el cliente - ¿Quién en vanos escrúpulos repara? – aquel suave silencio que convida al sueño sólo era interrumpido por la cálida respiración de aquellos dos hombres en cortejo aparente y una vez más la voz germana se hizo escuchar, haciendo más que evidente lo que anhelaba.

Prestó a todo perspicaz oído, ansiaba aquel encuentro impúdico. El hombre se presentaba con los ojos gachos y el picarezco rostro pincelado de matices en rojo. Las espesas pestañas se alzaron, y con inocente y vivo centelleo de azules orbes afirmó ante la consulta del que sobre su cuerpo permanecía - Huelo su cuerpo, huelo su lujuria – Alzó el rostro y trémulos dígitos recorrieron el rostro cercano – Siento sus labios calientes en mi boca – pensaba con los ojos cerrados a la vez que su lengua acariciaba la contraria – Puedo sentir su cuerpo sobre el mío – el otro lo aquietaba, permitía así comenzar con el festín depravado.


{ E · x · t · r · a · ñ · á · n · d · o · l · e }

jueves, 16 de septiembre de 2010

Las cosas de Shaln



Alejandro (7)




Le vio acomodarse, tan tranquilo como elegante, sin duda aquel no era un simple sacerdote salido de las entrañas de la tierra, tampoco pensaba que su origen fuera humilde como el propio niño Jesús, sus miradas y ademanes delataban una vida exenta de infortunios propios de la clase más baja de la sociedad. Sólo entrecruzó los gruesos dígitos con el fin de prestarle atención a sus palabras. Aún así, podía entretenerse mirando la manera en que se acomodaba cual virgen en su noche de bodas y es que le sentaba tan bien el hábito, incluso pensó que podría atraer de manera lasciva a todos los que quería bajo su mando. Sonrió para sus adentros, como si él gustara de los hombres. De hecho, ni gustaba de las mujeres, no es que fuera virgen, no obstante, no era su primer necesidad el enredarse emotivamente con alguien, no, eso había quedado en el pasado, cuando todos aquellos que tuvo cerca le habían dado la espalda en el momento menos apropiado.

Sonrió ante las palabras frías y el mal carácter de su invitado, vaya que tenía la lengua afilada aún sabiendo que con poco esfuerzo podría quebrarle la espalda en varias partes, ultrajarlo e ir a lanzar su cadáver frente de la iglesia, clavado a una cruz de madera rústica. Silenció sus pensamientos y sólo sonrió para aquel en mero gesto de desfachatez - ¿Está seguro de poder castigarme? – los ojos había alzado lentamente, casi como orando al Padre mientras los posaba en las facciones angulosas y no menos deliciosas, ese hombre sin duda era fiero, sabía lo que quería y no se disminuiría ante cualquiera. Por supuesto Alejandro no era como los pelafustanes del exterior, sino uno más grande, tosco y agresivo; al cual debían atrapar entre varios si deseaba provocarle algún tipo de martirio.

Alejó vanas ideas en mente para no perder de las palabras de su interlocutor, quien entretenido estaba en dar a conocer su interés en él, en realzar de extraña forma la importancia que le imputaban, incluso su mirada mutaba a una más dulce y paternal consigo. Entrecerró los ojos para producir sonido gutural, ronco y bruto, sin ninguna explicación más que un mero resoplido de cansancio tal vez o muy poco interés en las palabras que el eclesiástico dejaba entrever – Sólo una persona que nunca haya conocido de Nuestro Señor podría alzar blasfemia tal de no conocer Instituciones Sacras que barren con los males que ciernen sobre nuestras cabezas – acertó a responder con bastante carácter y pesadez.

Con fervor aquel hablaba sobre los pecadores, la manera en que debía ajusticiarles, en cambio Alejandro, no imaginaba tales actos como castigo, más bien, sentía que la Iglesia daba buen descanso a las almas atrapadas en cuerpos pecaminosos, llenos de atroces deslices. Por lo que sólo escuchaba sin interrumpir. El hombre no se daba cuenta, pero sólo había llegado al pueblo a limpiar la escoria de las calles. Respiró hondo, de pronto pensó que podría respirarse nuevamente aire limpio como en alta mar. Los que se quedaban en las ciudades estaban destinados a sufrir los males de la desfachatez de la carne.

Y así volvió a perderse en la labia del contrario, años de estudio y buenos modales afloraban de manera tan graciosa que se le hacía imposible quitarle la vista de encima. Se lo imaginaba tan pulcro y libre de manchas su piel que a pesar de la gran marca en su rostro evitaba pensar en ella; no, ciertamente eso era algo que le atraía más el interés en conversar con él, en escuchar sobre su obra y sus deseos para la ciudad. Él en cambio, muy poco gustaba de conocer lo que sucedía con los demás, sólo se abocaba a su trabajo y luego a descansar, cuando había que aportar divisas a la Iglesia, ofrendaba las necesarias, como buen hombre que era y como buen administrador de su negocio, no por una pequeña cuota negada a Dios iba a perder todo lo que había logrado hasta ese día.

Y entonces, de la nada escuchó las palabras mágicas “La Iglesia le ofrecerá favores si acepta estar bajo mis órdenes”. Aunque la idea de estar bajo las órdenes de otra persona muy poco le gustaba, lo de los favores le parecía buen trueque, eso si se referían a compensaciones económicas, sólo entonces tomó la palabra – Le seré sincero padrecito – aclaró la voz para retomar sus palabras – será incorrecto tal vez que yo pregunte el tipo de favores que recibiré – su rostro incluso sonreía, bueno, sus ojos, puesto que aún el maxilar llevaba escondido con tamaña envoltura que nadie pudo siquiera distinguir su rostro de alguna manera más que por el simple movimiento al momento de emitir sonido. Se levantó y llevó las manos a la espalda con el fin de encamarse por la habitación, meditativo – comprenderá usted, un hombre de negocios apartado de sus empresas perdería todo cuanto ha construido durante su vida – alzó el índice para evitar que aquel contestase – Bien dice la Palabra que uno debe deshacerse de todo aquello que le ate a la tierra, mas… sin mi protección todos los que bajo mi techo se asilan terminarán como los que ha de detener de inmediato al momento de iniciar su Santa misión – Se detuvo entonces para mirarle, ahora, de pie a cabeza vislumbrando algunas hebras doradas saltar de entre sus negras vestimentas.

Tenía el ceño fruncido, no por enojo sino por observar tan deleitable compañía. En cada ir y venir, a hurtadillas clavaba sus claros orbes en los ajenos, tan jóvenes, tan bellos, se rendía ante la hermosura del silencio casto y religioso, a la virginidad que brotaba de cada uno de esos poros. Dulce mirada a pesar de lo fría y casi malvada, no obstante, lo que le hacía caer en pecado eran los labios por los cuales la mirada vagaba perdiéndose en pecaminosos pensamientos. Y de pronto el sobresalto de percatarse de su mirada fija para con aquel. Tosió un poco para hacerse el desentendido y continuó con su caminar lento y poco elegante - ¿Qué podría ofrecer que apeteciera a un comerciante como el que ha elegido? – sonrió entonces para sentarse - ¿Qué fue lo que le hizo acercarse a mi morada justo después de tan largo viaje?, discúlpeme usted, pero se le ve bastante agotado, ¿se siente bien? – Ganas de cogerlo con cuidado de la mano no le faltaron, el simple hecho de imaginar tamaña grosería, le escocía, le inquietaba. Tamaña desazón le invadió, tanto que tuvo que arrancar de uno de sus bolsillos un género mal recortado para llevar hasta su frente y quitar así el rocío tibio: sudor de su frente.

No había duda, este trabajo lo llevaría a la ruina… no obstante, no le parecía tan mal si podía llegar a tener la gracia de escuchar por más tiempo aquella voz angelical.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Vigilando



De costado le observaba hacía ya rato en completo silencio, sonreía. El cabello se enarbolaba con el viento.

Ella apareció de la nada, interrumpió el sacro silencio que ambos compartían con el fin de comentar algo que ni alcanzó a escuchar. Ellos sonrieron mas él quedó sin palabras, no había entendido, sólo les veía en complicidad.

La mirada de su compañero se cruzó de la nada con la propia, el colorín hizo un movimiento de ceja como si preguntase qué sucedía, no obstante, el pelinegro sólo le dio la espalda.
¿Qué mierda le pasa? − Se preguntó el mayor, algo deben haberle dicho para que no haga caso a sus miradas, ¿cierto?

Sólo presionó un poco los dedos contra uno de sus muslos y volvió a sonreír observando los edificios apiñados en esa fría y poblada cuadra. Callejones oscuros salpicados en cada punto estratégico invitaban a realizar ideas macabras. Respiró hondo y no pudo más que hacer lo que su mente le ordenaba, espiar nuevamente al chico que había estado conversando tan animado con él.

¡Oh!, ¡¿Pero qué mierda?! − Exclamó mentalmente al girar su rostro y ver a la chica tomar las riendas de la situación, se reclinaba hacia delante empujando al contrario con su busto gigante para apoderarse deliberadamente tanto de su cuello como de sus labios.

Todos los demás sonrieron, hicieron bromas acerca de lo que hacían esos dos, empero el colorín desvió la vista sereno mientras resbalaba sus toscos dedos por la corta y desprolija barba… aparentemente tranquilo.

Ella separó sus labios carnosos del chico y luego lo apretó contra su cuerpo bien delineado por las prendas adheridas a su dermis. Así Dick pudo ver por fin, entre la cabellera, a su buen compañero − Está que explota − Podía sentirlo. Nervioso se separó de ella para limpiarse los labios antes de volver a su lugar cercano al de cabello cobrizo.

Ahora era él quien mantenía los ojos clavados en Arsenal, dubitativo ¿Se debería acercar más?

What what (in the butt)



Este video me lo ha pasado Mookyul cuando charlábamos, me ha parecido bastante entretenido, más bien chistoso, aunque el morenito está bien bueno, bueno, no es que sea un mijito rico, pero al parecer tiene buen físico.

¿Comentarios?

Alejandro (6)



Con solícito afán mecía los dedos ligeros cual tentáculos sobre la rugosa lámina de papel en la que con justo detalle dejaba todo anotado, entregaba un documento donde se estipulaba la condición del esclavo y que no había devolución de ninguna clase. Por lo que el dueño se sometía a la completa potestad del individuo a comercializar. Aún con el cliente apostado frente a su persona, de cara a cara mientras terminaba de rellenar la forma y ambos estampaban sendas rúbricas, por el rabillo del ojo visualizaba oscuro manto avecinarse, mas no hizo movimiento brusco ni adelantó palabrotas. No gustaba que se aglomeraran cual tropa de animales o esclavos personas que se hacían pasar por nobles caballeros. Puercos insensatos animados por el celo que calentaba sus entrepiernas, en busca de buenas esclavas que apagaran el fuego que traían hacía meses por no ser capaces de atender a sus esposas. No lo iba a saber, las esclavas jóvenes y bonitas eran las más rápidamente adquiridas. Si hasta llegaban a los puños con el fin de ver cuál de ellos sería quién la cubriría. Los primeros años, le pareció en exceso violento y agresivo, mas pronto halló en el acto aquel jolgorio y burla de la propia humanidad rebajada hasta lo más básico, el instinto animal que se superponía por sobre la etiqueta y mucho peor, por sobre la religiosidad.

Ahora y de la nada unas cuantas monedas amarillas llamaban su atención que no fue más que una mirada furtiva hacia el dueño del manto ennegrecido y para su extrañeza, con algunas manchas marrones, color que conocía de muy cerca, el mismo las tenía, dispersas por el abrigo que tan antiguo y rasgado se hallaba por los contornos que llamaba más la atención por las costuras grotescas con las cuales remendaban las esclavas su vestimenta. No sonrió y si lo hubiese hecho tampoco aquel hombre hubiese detectado el ademán de burla, ¿con simple tres monedas esperaba una atención oportuna? Negó en silencio y luego desvió la mirada hacia aquel que cerraba el trato y una bolsita de monedas de plata depositaba junto a su mano siniestra. El saludo de rigor antes de que se alejara de él acompañado de dos de sus hombres que arrastraban cual cánido atado de pies y manos a la mujer, aquella que se debía preparar para su primera vez en cualquier esquina de la residencia de su nuevo amo. Señorita, no… un utensilio más de la casa, después de desfogonar a su propietario debía atender rigurosamente las tareas que le encomendase la esposa del mismo, a ver si no se encontraba en triángulo y la dueña de casa terminara por partirla en dos con un hacha. Bonito espectáculo por cierto, bonito espectáculo.

Y así como ni caso prestara al eclesiástico bien ataviado en sus cuantiosos mantos, sintió e peso de algo golpear su mesa. Su rostro anguloso llevó hasta la faz contraria con el movimiento sereno de sus orbes casi albos que cayeron justo donde buen túmulo de monedas descansaba enredadas en el interior de fina tela. Alzó una ceja, le miró tranquilo. Ya uno de sus hombres se adelantaba para cogerle cariño a ese montón de dádivas de los feligreses cuando movimiento repentino de una gruesa mano cogió el machete aún clavado en la madera y partió uno de los dedos del violador de tan sacra presentación ante él. A pesar de tan noble causa que le llevó a protestar de manera tan violenta, no pudo evitar manchar la mesa de tinta roja, los pliegues de papel, así como las monedas del religioso.

Levantose molesto en ese instante y de un empujón le hizo caer a él y a tres más que se encontraban a su paso – ¡A la otra, no habrá compasión si vuelves a posar tus manos en cosas de Dios! – ladró estático cual can apunto de atacar, mas sus labios no se mostraban, de hecho, ni los poseía, sólo un rostro desfigurado, eso era su cruz, la arrastraba por los pecados que pensaba poseer. En el religioso aparte del dinero que éste portaba, veía además una manera de salvar su pecaminosa alma, tan pecaminosa que hasta en su cuerpo se demostraba la fealdad de su espíritu. Inclinó entonces el rostro y con leve movimiento de sus dígitos postró silenciosa ofrenda de respeto hacia el Señor – Todo el tiempo del que desee nuestro Padre – susurró con calma ante las miradas atónitas de sus hombres.

Raudo cogió el pañuelo para atraerlo y que no quedase a libre albedrío de aves rapaces. Alguien comenzaba entonces a entonar alaridos, buscaba ser atendido con urgencia, lo mismo de siempre, de seguro se le había elevado la temperatura y necesitaba de una mujer. Miró a sus secuaces y estos acudieron al movimiento de cabeza, atenderían a tan animado comprador, mientras más la deseara, más ganaba el pelirrojo. Sonrió acomodando la tela que jugueteaba a rozar la mitad de su rostro inclusive la nariz aguileña. Giró, pesado y tan alto como un árbol de gruesas ramas que ofrendaba asilo a todo el que estaba en rededor, mas Alejandro no era una blanca paloma a la que todos se acercaran debido a lo espléndido de su mirada y arrullo celestial, más bien se alejaban y aterraban cada vez que eran testigos de su marca.

Fijó en el hombre de baja estatura y cubierto de luto la mirada antes de mecer su mano en presta invitación a seguirle de cerca – Venga Padre… - ya la tosca vestimenta comenzaba a mecerse, arrastrando el lodo por donde pasaban, tal vez como una aplanadora que dejaba buen camino para que el más bajo avanzara, quién dudaría ahora en darle espacio a Alfred para que caminara tan libre como había nacido, lejos de empujones, de codazos y pisotones. Ahora le miraban desde distancia, con respeto e incluso se inclinaban ofrendando respetos a su atuendo, a lo que significaba, a su mirada que por más que intentara endulzar, muy lejos estaba de ser límpida y casta.

Llegaron así a la parte trasera de la casa, donde el anfitrión se apuró en abrir una puerta que diera acceso al interior – Pase usted – susurró empero su gesto sonó tétrico, miradas ajenas aún clavadas en la pareja, murmullos evidentes denunciaban tal vez malos pensamientos que pudiese llevar a efecto el hombre. Una mirada desvió hacia aquellos y sólo negó antes de entrar tras el contrario. Cerró y el estruendo hizo que los sirvientes al interior saltaran en sus puestos, comenzaron a correr, se sentía la incomodidad de ellos, parecían aterrados de que el dueño llegara antes de tiempo. Algo pasaba. No obstante, desvió su caminata diaria por las instalaciones de la casa para ir hacia una pequeña sala que casi nunca ocupaba. Sillones cómodos y una mesa ridículamente pequeña decorada con un ramillete de flores, hermosas.

Invitó al religioso, con movimiento sagas, a que tomara aposentos en el mejor lugar. Prosiguió su caminata hasta acomodarse en una silla más firme que pudiese con toda su humanidad – Usted dirá Padrecito… ¿con qué fin un religioso llega a mi humilde morada si no es para el castigo divino? – acomodado como vil truhán, desviaba la mirada por senderos que no debía, intrusear entre pliegos miles hasta ahondar en la figura contraria, de seguro era delgado, mas por la forma en que caían sus túnicas, debía tener buenas caderas. No lo pensaba de mala forma, más bien como la costumbre que tenía de analizar los cuerpos que cercanos tenía.

Viaje



El soldado que la puerta a fuerza de voluntad guarda con recelo, absorto en sus pensamientos se detiene por enésima vez, observaba al hombre que caminaba lentamente sinuoso sendero, le traía desde lejos, otra villa, tal vez otra nación. Sus rasgos denotaban el hecho, no obstante, al ser el único en ese momento prefirió guardar silencio, sólo seguirlo con la mirada mientras éste volteaba por una de las callejuelas empedradas. Se resistió al impulso de correr tras él y pedirle datos de su origen, puesto que no gustaban de forasteros, bien sabido que los piratas parecían pirañas que no se anunciaban y dejaban el pueblo en sus esqueletos. Suspiró, mejor era guardar silencio. Los dedos llevó hasta las sienes y paseó por las mismas sus dedos regordetes antes de resoplar aburrido, se rascó la cabeza y volvió a sentarse a la espera de su compañero que andaba en los pozos negros.

El humo de las viviendas se alzaba dando aspecto de calidez a su llegada, alzó un poco más el rostro con el fin de que sus orbes ovidiana llegaran a vislumbrar el campo delante suyo, moteado por varias casas que le invitaban a continuar su trayecto. Negó y aspiró el aire llenando sus pulmones de frescor, de alivio, pronto su viaje se detendría y podría aprovechar para saciar tanto el hambre como el frío, junto a una buena pinta de agua ardiente y una caldilla de sopa. Eso le animó mucho más, así prosiguió la caminata.

Así localizó, después de caminar varios minutos por la ciudad, una taberna donde pasar el rato, el letrero de madera tallada pendía de un listón de igual de madera, se balanceaba silbando melodía extraña. Empujó la pesada puerta e ingresó quitándose el sombrero mientras alzaba una mano, de esta manera llamó la atención de una de las mujeres que atendían a los señores recién llegados – Licor – agitó la mano dejando una moneda de plata, las de oro ni las mostraba. Se acomodó en una de las tantas mesas. El fuego con inseguras llamas se avivaba y trataba de apagarse dejando en penumbra a los que allí se reunían mas alguien llegaba y le lanzaba otro leño para darle otro soplo de vida.

También fue testigo de los saludos hacia alguien que parecía bastante conocido, tal vez era de la ciudad, alguien como él que andaba de puerto en puerto no era muy conocido, tampoco le agradaba hacer gran alarde de su presencia, mientras menos le conocieran era mejor para el negocio. Sonrió al percatarse de que la mujer ya traía el licor y coqueta le quedaba mirando, quizás quería más dinero. Alzó una ceja – Tráigame comida caliente y una hogaza de pan – sostuvo su mano, le dio un apretón, lo suficientemente fuerte para que ella le sintiera, lo bastante sutil para no dañar a la dama, que a pesar del lugar donde trabajaba, era delicada, algo robusta, pero bien carnosas eran las que más calentaban las camas.

Una sonrisa llamativa de ella y jalaba de su mano para girarse dando respingo coqueto y una mano aparatosa se estrellaba contra sus nalgas pronto un agarrón le daba y ella, poco precavida entre sus enaguas mecía las carnosas piernas antes de ir por la comida, un bretel resbalaba por su hombro descuidadamente. Ya sentía que se había ganado un cucharón más de la cazuela sustanciosa, se saboreaba de sólo pensar en cómo sabría.

La hembra, la comida…

martes, 14 de septiembre de 2010

Alejandro (5)



Cual cortinas, los portones toscos de madera gruesa y nudosa se abrían, el chirriar de las bisagras enmohecidas y poco atendidas quedaba en evidencia, no obstante, el tumulto y su algarabía lograba acallar el sonido melódico de aquella entrada. Estruendo se escuchó cuando ambas hojas de esa puerta llegaron a los topes y fueron sostenidos por soportes gruesos de metal. Ya la gente se movía presurosa con el fin de encontrar antes al mejor de la selección escogida para aquella jornada. Y no es que todos los días tan afamado comerciante abriese sus puertas para exponer piezas del calibre que ahora se presenciaban.

A pesar de que los hombres intentasen organizar la entrada a la exposición, todos entraban cual tropel de animales selváticos, cuál de todos más agreste y menos entendido en cosas de dialéctica. A punta de empujones, codazos y zancadillas varias se hacían de los primeros lugares en busca del esclavo que cubriese sus necesidades, por ridículas que fuesen. Ya consumado extenuante lucha por los mejores ejemplares, se fue disipando el ambiente tan rudo y exento de etiqueta. El hombre alto sólo negaba con atisbos de burla. Tanto que le nombraban como animal o bestia, siendo que los ajenos se comportaban de manera mucho menos decorosa de lo que él realizaba sus tareas.

Entonces se acomodó a buena distancia de todos aquellos, una mesa bien dispuesta con el fin de llevar sus anotaciones, como la contabilidad de las monedas que pagarían por cada uno de los individuos a trocar. Obviamente, una carta donde se especificara el cambio de propietario, la fecha y estipulaciones sobre devoluciones. No era un hombre muy poco conocedor de su oficio, conocía muy bien la mentalidad de algunos de los clientes, por lo mismo les hacía firmar documentación desligándose de la salud de los esclavos luego de adquiridos.

El rechazo se hacía patente, llegaban a temblarle las rodillas a los que se acercaban a la mesa del pelirrojo, que a pesar de llevar el rostro a medias cubierto parecía provocarles desconfianza sólo por el tamaño descomunal de su anatomía, por la manera en que debía curvar la espalda para llegar a la mesa. O quizá culpable de aquellas miradas eran sus orbes, el pigmento de los mismos. Puesto que las pupilas eran claras, sonrosadas para mutar a tintes bermejos en horas de intranquilidad. Desvió la mirada hacia los contrarios, pues el aire se llenaba de esos rumores que despertaban curiosidad en el de cabellera roja cual marejada sangrienta.

Dos de los esclavos se le acercaban para informar que uno de los esclavos hubo mordido a un cliente, así que dejó encargado su tan buen dineral para avanzar en la dirección que le indicaba su personal. Debieron ver en su semblante escrita la molestia de tener que separarse de sus monedas, puesto que la gente, sin solicitarles nada, se abría dejándole paso al dueño de tan noble morada. Cadenas gruesas como pesadas sostuvo desde el lodo para alzar al hombre que yacía ya en el suelo con la boca ensangrentada debido a la ferocidad de su actuar, la sangre era del cliente que había osado propasarse con él – INSENSATO – la mano diestra barrió el aire para ir a dar un fuerte golpe que fue a parar al costado del hombre, éste cayó de bruces y escupió sangre. Y entonces le soltó de la nada, para girarse hacia el que había sido víctima y anterior victimario. Su mano extendió – Deberá pagar por el daño del esclavo –

“¿Pero cómo?, ¡si él fue quien me ha mordido!” Espetó furioso el cliente adolorido.

- Al bruto indócil aplicaré justo castigo – volvió a insistir con la mano en espera de la compensación financiera – No obstante, muy bien explicado en el poste está – uno de los postes gruesos tenía un gran cartel que decía no debían tocar a los esclavos a menos de que los compraran o sino pagar la cantidad adeudada por el daño en los mismos.

Y el hombre retrocedió para observar el cartel por quinceava vez, no pensaba cancelar, después de todo una de sus manos sangraba copiosamente, sentía que el que debía cancelar era el comerciante por tener a esos animales salvajes con tanta libertad que viniera y le mordiera a cualquiera que le quisiera tocar – Me rehúso a cancelar por algo que no he de llevar –

Así el violento tronar del suelo se escuchó cuando el hombre macizo y alto golpeó la tierra con uno de sus pies. No era posible que algo como eso se suscitara en su propia residencia, que alguien viniese a faltarle el respeto, primero tocando lo que él había indicado ni siquiera osar en hacer contacto físico y ahora negándose a cancelar por el dolor abdominal de su esclavo. Agarró del cuello al hombre de buenas vestimentas, tal vez era adinerado o familiar de la corona, daba igual. En tierras tan lejanas nadie interesaba más que el mismo dinero, el duro que caía en las alcancías del frenético comerciante. Así le separó lentamente del suelo mientras el otro sacudía las piernas dándole de a patadas en el vientre, en el torso, donde alcanzase – Repito… ¿Va a cancelar el importe por las molestias causadas en mi propiedad? – encerraba así grave pensamiento, oscuro quizá. Sólo se escuchó las vértebras del hombre castañear y le vieron quedarse tan quieto como un pequeño muñeco de trapo.

“S-sí… SÍ!” Masculló con el poco aire que tenía en los pulmones

Los dedos se abrieron y el cuerpo cayó con fuerza, un quejido se logró oír, todos los demás “invitados” de pie y en silencio sepulcral eran testigos de la tempestad creada en un vaso de agua. Así la mirada indomable del más alto de los hombres presentes fulminó a todo aquel que osara observarle a la cara. Corrieron la vista haciéndose los desentendidos, ahora comenzaban a pedir permiso para que los esclavos se mostrasen. Algunos de esos prisioneros sonrieron internamente, aún en el peor de sus días estaban siendo tratados como algo valioso, cosa que nunca en sus vidas había ocurrido. Luego se vería qué sería de sus existencias, en el momento disfrutarían de la pequeña grata emoción que un hombre desconocido como horrendo les otorgaba de la nada.

- Bien – Quebrantaba el silencio y sin emitir más palabras traspasó nuevamente la multitud. El distinguido cliente entonces, fue sostenido por dos de los que acompañaban en el trueque al señor de la casa, le arrastraban como vil mendigo hasta la mesa de recaudación. A la fuerza lo sentaron y revisaron sus ropas para sacar todo el dinero que llevaba en una bolsita y la dejaron a buen lado del pelirrojo.
“Mi… mi dinero” Pero no pudo ni extender la mano, un grueso machete golpeó la mesa roída y quedó allí varado, dando espectáculo a todo quien le mirase. La mano retrocedió temerosa y quedó serio tañendo su ira interna.

- Tiene suerte… - ronco hablaba, tomó el saquito y lo volteó en la mesa para calcular más o menos la cantidad de monedas – es justo lo que cobro por maltratar mi mercancía – Entonces se levantó para hacerle una reverencia excesiva y ridículamente sarcástica – El señor ya se retira… por favor indíquenle la salida – De esta manera el hombre fue cogido por los hombros de tan costosa chaqueta y fue lanzado en medio de la calle, estampado en una posa de lodo y sangre, quién sabe la suerte que correría puesto que los carruajes iban y venían.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Alejandro (4)



Y punto final. La tinta escurrió libremente por la pluma en descenso lento que llegó a mancillar el trozo de papel aún límpido. Sonrió, el día había sido provechoso, ahora sólo bastaba ir por algo de comida para en la tarde estar lleno de energía al recibir a los clientes ávidos de bienes de primera calidad. El regateo no era lo suyo, era bien conocido por tener buenas piezas, casi de colección. Por lo mismo cobraba sustanciosas sumas de dinero que llegaban para alimentar las arcas del hombre que casi ni gastaba lo que tenía en su poder. Al ser soltero y sin familia, nadie podía hacerse del dinero que poseía, mucho menos de sus vienes que trataba con recelo, casi como un anciano decrépito. Si es que no se había convertido en ello a tan temprana edad.

Ahora se apartaba del mueble lustroso que mantenía en orden los pocos rollos de papel que mantenía enrollados. Se quitó el abrigo pesado y lleno de lodo para colgarlo en su lugar mientras los largos mechones bermejos caían a los costados del rostro, se deslizaban por los hombros y espalda del hombre como riachuelos sanguinolentos, hermosa pigmentación que en él sólo aportaban más características poco placentera para el ojo ajeno. Ya ni se miraba al espejo, había tenido uno hacía varios años. Era un lujo que muy pocos podían darse, mas él teniendo tan horrendo rostro, sólo pudo traerle miserias, hizo de él miles de fragmentos que el mismo lodo se ocupó de ocultar.

Cuán placentero aroma le hubo inundado de gratos pensamientos y sonidos extraños a la altura de su abdomen, almuerzo. La mujer en traje de arapos venía a informar a su amo de que la comida estaba preparada para él, su mirada inclinada hacia el suelo permaneció en todo segundo, ya bastaba con haberle mirado a la cara cuando hubo llegado con el fin de no buscar nunca más ese rostro desfigurado. Así pasaban los días, lentos y en orden, la vida de la esclava estaba asegurada hasta que tuviese fuerza para pelar las verduras y faenar los animales que le daba de comer a su propietario.

El agua se escuchó verter en una fuente mientras las fuertes pisadas se acercaban, así las manos dispuso bajo el chorro de la jarra sostenida por la mujer de edad. El líquido frío caía lento por sus nudosas manos que se frotaban tranquilas una contra la contraria, una barra tosca de jabón hizo su aparición y pronto la espuma escandalosamente se mostró. Nuevamente se hundieron las manos en el agua y ya sacudió un poco para que la mujer le acercara un trozo ancho de tela que hacía las veces de toalla – Gracias… - la voz tosca del hombre se hizo sonora para indicarle con este gesto que estaba preparado para que ella sirviera el estofado que se cocinaba en la cocina a leña.

Otro leño metió a la estufa y se retiró de allí para ir a tomar asiento en ancha mesa exenta de algún tipo de mantel que le cubriera. Las manos plantadas sobre los nudos de la madera, arrastraba una de ellas quitando las pocas migas que hubiesen quedado acumuladas, y pronto ya su plato humeante llegaba a posarse cual mariposa para que él se deleitase con tan buen aroma desbordando en dirección de sus fosas nasales. Inspiró profundo con los ojos cerrados y así bordeó la cuchara antes de tomarla. Sólo la mitad se llegó a hundir en el plato para moverle en círculos hasta que un poco de lo contenido allí llevó hasta los dientes. No había labios por lo mismo más cuidado debía tener al momento de comer. Soplaba con cuidado y luego tentaba con la punta de la lengua antes de dejar resbalar la comida al interior de su cavidad bucal.

El tiempo transcurrió, ya había almorzado y ahora andaba en las afueras de su propiedad dando órdenes de que limpiaran los patios contiguos a la vivienda, pronto llegarían los clientes y él debía presentar a los nuevos esclavos. Ahora sólo debía ir a chocarlos por sí mismo, ya sus hombres debían haberlos revisado, no obstante, siempre el dueño debía estar en todo con el fin de confirmar el buen estado físico de cada uno de los animales que vendía. No le gustaba que luego volvieran con problemas que nunca existieron. Ya no devolvía el dinero, mucho menos recibía de regreso a los que alejaba de su techo.

Una vez que las instalaciones estuvieron listas, el dueño entró a hacer revisión dental y ocular a sus esclavos. Primero las mujeres. Así fue separándolas por edad y estado (ya sea virgen o no). Las que terminaban la revisión, eran llevadas al exterior, desprovistas de vestimenta, encadenadas a la estructura de madera dispuesta para tal exposición. Las que tenían más valor estaban atrás con el fin de que no se acercaran mucho, sólo las examinarían los que tenían el dinero como para pagarlas. A las niñas, por ser infantes, sólo se les permitía tocarles el rostro, el resto del cuerpo permanecía sin vestimenta con el fin de que apreciaran sus infantiles cuerpos libres de heridas o de alguna clase de enfermedad, pero, no se les permitía tocarles, para nada.

Luego los hombres. Siempre se resistían más que las mujeres, pero después de ciertas demostraciones de poder por parte de los cuidadores, ya no necesitaban más de violencia. Se dejaban revisar como les placiera al dueño y sus asistentes.

Así mismo, fueron encadenados de manos y piernas a los postes, así también del cuello. No faltaba el que deseaba morder el rostro del futuro comprador. Los nativos de otras latitudes, en especial los ladrones y presidiarios de otras tierras eran reacios a cooperar, por lo mismo se les mantenía firmemente sostenidos de grilletes que no escatimaban en gastos para aferrarlos a la esclavitud.

Preparados todos, en sus puestos, dejaron abrir los grandes portones de madera y los perros fueron encerrados para permitir al distinguido ingresar a la gran exposición de hermosos ejemplares, recién aseados y acicalados con el fin de realzar su belleza, en el caso de las mujeres, y su fortaleza, en el caso de los hombres.

- Buenas tardes – parco saludaba el hombre aún con su rostro semi cubierto con el fin de no espantar a los buenos señores que venían con bolsas llenas de monedad de otro que pronto se sumarían a las arcas que mantenía.

I can't breath



Neid~

Vampirito

Alejandro (3)



Las hileras de esclavos comenzaban a organizarse en la playa, estaban empapados de pie a cabeza los más fuertes, les habían obligado a nadar hasta la orilla, los traían atados con grilletes desde el cuello, evitando así que se escaparan de su destino, incierto por lo demás. Los más jóvenes y las mujeres eran transportados en botes hasta la orilla y así poco a poco venían llegando todos. Los comerciantes se agolpaban en el mismo lugar en busca de la mejor selección, no obstante, todo quedaba sujeto al precio que hubiesen acordado con el hombre que les había capturado. Y puesto que el pelirrojo manipulaba bastante bien la situación con aquel, puesto que le debía algunos favores, entonces obtenía la mejor parte de la partida.

Obtuvo lo justo y necesario, tenían buena dentadura, hombres fuertes, mujeres jóvenes que servirían como sirvientas. Niños y niñas para aquellos que preferían enseñarles de pequeños con el fin de obtener mejores resultados, a él le daba igual, de acuerdo, no le daba lo mismo, no tenía suficiente paciencia para educar a un niño. Por lo mismo, ni se apuraba en buscar esposa. Seamos francos, ninguna hubiese deseado acercarse a un hombre con el rostro desfigurado, por lo mismo, sólo le quedaba aguantar su soledad hasta que su vida terminara abruptamente, eso era lo que él esperaba, no padecer de alguna enfermedad que le hiciera pasar dolor u hambre, nadie se le acercaba si no era para pedirle algún favor de vida o muerte, o para comprar a esos esclavos que lo único que deseaban era matarlo.

Un hombre como ese, sólo tenía su dinero y sus bienes. Tampoco deseaba más. Estaba solo, no le debía nada a nadie, no había sentido nunca atracción por nadie. De hecho, sólo repulsión le provocaban los demás. Que fueran tan “perfectos” eso era lo que no aguantaba. Los culpaba de su propia deformidad y por ello es que no se cansaba de destruir cuerpos ajenos. Incluso había caído en el pecado de alimentarse de algunos de ellos. Prefería no pensar en eso, sino no lo volvería a repetir, pero la carne humana le provocaba cierto placer al momento de degustarla.

Deslizó dos dedos por la vulva de una de las mujeres e hizo presión para averiguar si la misma era virgen o no, ésta se cohibió mas no presentó muestras de dolor al ir un poco más allá, por lo que la separó y siguió buscando hasta hallar unas cuantas vírgenes del total de mujeres que hubo comprado. Ordenó entonces mancharles la espalda con cierta marca, de manera que se distinguieran a simple vista. Ya llegarían a casa a ponerles pesados armatostes que les mantuvieran alejadas de los demás hombres, así también, serían vendidas en precio más alto que a las demás. Ya casi no se encontraban esclavas en esas condiciones de pureza. Sonrió había corrido con suerte, tres vírgenes en un solo lote, eso si que ya casi no se veía en ninguna parte.

Desvió su atención, un carruaje se movía a uno de los costados, los caballos avanzaban por el fango mientras las ruedas dejaban huella inequívoca del sendero que les haría perderse por las callejuelas. Arrugó la nariz, odiaba a esos adinerados, mucho más a los que venían recién llegando de otras latitudes, siempre se le quedaban mirando como lo que era: un adefesio. Toda la vida le habían mirado de distintas formas, la mirada que más odiaba era la de lástima. Sin embargo, qué se podía hacer si todos le compadecían por nacer con el rostro con forma tan horrenda.

Chasqueó los dedos y comenzó a caminar lentamente, ya los demás se hacían cargo de revisar los grilletes y de halar de ellos con el fin de obligar a los nuevos esclavos a seguirlos. Los niños iban delante de los mayores con el fin de protegerlos, los perros y los ladrones siempre trataban de sacar mejor parte del transporte de los más desposeídos, así los latigazos se hicieron escuchar cuando los hombres más fuertes intentaron buscar libertad por sus propios medios, pensaban que con echar a correr las cadenas reventarían y podrían escapar, no obstante, no contaban con que la misma acción arrastrara a todo el grupo con ellos y cayeran de bruces contra el barro; sólo se ganaban buenos azotes y sus espaldas decoradas con surcos sanguinolentos que le cruzaban la espalda de costado a costado.

“Señor” Fue la voz de su esclavo más cercano la que llamara su atención y le obligara a girar para ser testigo de tamaño escenario. Respiró hondo y dejó las cadenas de los infantes a manos de ese hombre con el fin de ir por los infames. Agarró el látigo y rodeó con él el cuello del que había entorpecido la caminata para levantarlo a varios centímetros del suelo - ¿Quieres libertad? – susurró, la voz silbaba entre sus dientes como gruñido del viento. El rostro del esclavo se retorció entre dolor por ser ahorcado y por las facciones de su nuevo dueño, ahora que los débiles rayos lumínicos bañaban sus facciones se delataban sus imperfecciones y el esclavo comenzaba a entender el destino que le había tocado – Pórtate bien… o sabrás lo que significa la libertad para ustedes – lo dejó caer antes de abrirle parte de la espalda con un solo golpe del látigo, que actuó cual cuchillo caliente sobre la margarina, rebanando parte de la piel del prisionero.

El alarido se hizo escuchar y un relámpago caía en el medio de la bahía – Arriba – gruñó cogiendo al problemático por el pelo para obligarle a avanzar.

Ahora todos se movieron más rápido, más seguros de querer llegar a donde le indicaban sin hacer ningún intento por escaparse. Así le gustaba, sonreía animado, el mismo cielo le ofrecía un respiro. La lluvia siempre había considerado como un regalo del Cielo. A pesar de todo, la misma limpiaba la ciudad, liberaba a la misma de tanto hedor a podredumbre, al mismo hacinamiento de la ciudad. Tanta gente congregada, tanta gente con sus deposiciones que no se iban, sino que allí quedaban, en las calles mientras las enfermedades brotaban como animalitos silvestres que se alimentaban de los que vivían en las calles.

Azotó nuevamente el látigo en el barro y todos se apuraron - ¿Por qué no han sacado los fragmentos del cadáver aún? – preguntó a uno de sus esclavos que caminaba tras suyo.

“Porque aún debe asistir el senescal de la ciudad para indicar la causa de la muerte”

Fue la respuesta que obtuvo. Alguien había sido atacado por animales hambrientos, eso le pareció a él, eso debía haber sucedido, quién más que él sabría cómo matar a una persona, quién mejor que él sabría qué parte del cuerpo humano era la más sabrosa. Un animal que había brotado de la nada para ejercer poder sobre los que compartían su historia. Esos mismos que él castigaba por recordarle su pasado.

Después de unos cuantos minutos, llegaron por fin a la residencia de tan amable comerciante. Los “novicios” fueron bañados y encadenados en una habitación aparte de los que estaban antes que ellos, serían revisados más exhaustivamente por el dueño antes de acomodarlos en los lugares que sería su hogar hasta que alguien los comprara.

Así, regresó a la hoja de papel para anotar la mercancía que acababa de arribar. Caligrafía casi perfecta, bastaba con que sirviera para pagar los impuestos correspondientes, así como el diezmo de la Iglesia.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Alejandro (2)



No es que sintiera placer en castigar a aquellos que se encontraban en situación disminuída, sólo le atraía el hecho de que aprendieran a respetarlo, a verlo como superior, a someterse ante la mirada del que les proveía de techo y comida. Un poco de respeto no le venía mal a nadie, mucho menos a alguien que con tan pocos dones del Señor había resistido a una vida dura y de sacrificios. Conocía de cerca aquella forma de vida, muchos de los esclavos terminaban siendo tratados como parte de la familia a lo largo de los años, en cambio él, sólo le quedaba contentarse con continuar en aislamiento por lo horrendo de su rostro. Sabía que era justo el castigo al que estaba siendo sometido, puesto que sus padres debían haber pecado demasiado, alguien debía cancelar las deudas de aquellos en vida, ¿cierto?

La fusta resbaló de sus dedos para caer entre las heces de los esclavos, allí donde la misma sangre se acumulaba y cuajaba, para luego homogeneizarse con los desperdicios humanos que barridos eran por los esclavos que ya actuaban más sumisos, esos mismos que por su fuerza de voluntad habían acabado con vida y estaban listos para la venta, ya sin casi heridas que fueran de gran importancia.

Regresó hasta su oficina no sin antes dirigirse al ala donde mantenía ocultos a los niños. Esos mismos que revisaba de vez en cuando en busca de alguna huella que indicara algún perjuicio para su negocio. Por lo mismo, para evitar enfermedades, los mantenía con el cabello muy corto, a las niñas y a los hombrecitos, calvos como si fuesen pequeños monjes. De ese modo, los piojos no serían problema, los mantendría limpios para cuando alguien llegara en busca de uno de los más ansiados. También los más caros.

Arrastró a uno de los niños hasta un costado y le ordenó desnudarse. Una vez que el niño hiciera caso deslizó uno de sus dedos por sus diminutos genitales ordenándole levantar la pierna para poder apreciar mejor su cuerpo. El pequeño retrocedió asustado y eso que aún no veía el rostro del hombre que le analizaba como un grandioso científico, sólo deseaba averiguar la morfología de aquellos cuerpos mutilados. Resultaba ser que el niño era de descendencia judía, su cuerpo denotaba la marca de nacimiento. Sonrió entonces cuando sus dedos lograron localizar la cicatriz y le soltó – Vístete – estaba oscuro ese cuarto y por lo visto bastante sucio.

Mandó por implementos de aseo y les hizo comenzar a ordenar la celda, como era natural, los niños corrieron ante sus órdenes, sentían más respeto que los mayores, tal vez terror, por ello mismo sabían que no debían molestarle o sino él se los llevaba y ya no regresaban. Ese era el castigo, no saber qué sucedía con los que le hacían molestar. Algunos decían que el hombre se comía a los niños, eso era lo que los más grandes les contaban a los menores por la noche. Para que hicieran caso.

¿Cómo sabían si no era cierto?

La manera en que el pelirrojo acariciaba sus mejillas daba que pensar, mucho más la manera en que deslizaba sus dedos gruesos por las piernitas, la forma en que los miraba, el no saber la razón por la que los mantenía bien alimentados y observaba cada noche a los esclavos de su propiedad acicalar a los infantes. Resoplaba con el rostro semi cubierto, los niños aún no sabían la razón porque el dueño se ocultaba de esa forma, por ello era que trataban de no hacerle enojar. Tanto misterio, tanto miedo que provocaba y aún sin que Alejandro hiciera ademán con el fin de provocar tal estado.

Regresó luego a su oficina, tan tranquilo como alegre, sentía que hacía un bien a esos pequeños, mantenerlos alejados de tanta desazón. Respiró hondo y luego buscó la pluma para relatar algo en aquella lámina de papel que aún esperaba por sus notas. Terminó de anotar y dejó allí todo a la espera de que se secara la tinta.

Con la mano empujó la cortina y notó que el día clima había cambiado, nuevos goterones pendían desde el cielo como cortina inhóspita hacia los que venían llegando en el navío cercano a la costa.

Avanzó hasta un rincón y sostuvo el abrigo pesado de cuero que llevó hasta sus propios hombros, así lo movió ágil cual paño de raso que pendió pronto de sus hombros y la capucha pesada como abultada cubrió sus facciones – Hora de salir a catear la nueva mercancía – el silbido de entre sus dientes salió y así la puerta gruesa de madera cedió para darle la pasada. Tras él uno de los esclavos más avezados le siguió como un can tras su dueño mientras éste le indicaba avanzar en línea recta cuidando de sus pasos.

Llegaron así a orillas del mar, precisamente a la playa, donde comenzaban a desembarcar todo tipo de mercancía, en especial la de esclavos, esa misma que él estaba revisando, los dientes, los músculos como si se tratara de bestias de carga.

Muchas caras nuevas, esclavos, pasajeros. Gente importante, así mismo polizones de dudosa proveniencia.

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