domingo, 15 de julio de 2012

Reconocer en la bebida recuerdos gratos no menos cálidos, de diversos matices, todos con gusto propio y divina gloria. Fundiendo el tiempo en un crisol diferente, uno que extrapolaba el universo suyo a algo mucho más allá de lo inimaginable. En vano moviendo los dedos tras la espalda delicada que trémula se presentaba en cada caricia. Monstruo asolador sin sosiego hasta hallar al mancillado, el que encerraba orgullo, altivez y elegancia, ese tenebroso cuyos velos ocultaban el cielo sobre la tierra. Oh labios desgarrados, macilentos y sanguinarios.

Polvo sutil ascendía entorno a los dos entes, ceniza y llamas crepitando, cabello alborotado, azote de vestimentas contra la carne desgarrada, al rojo vivo luego de las lágrimas de sangre que brotaran de los poros erosionados. Vigas y suelo que cedían ardientes como el hierro fundido, en una hoguera alzada por sobre las nubes y que, sin embargo, no llegaba a dañar la dermis de los allí en libido cariño arrullados.

Nada su sed inextinta ahoga, sólo le irrita, sólo le acalora. Muerde y roe cual can hambriento, cual buitre en busca del occiso deshecho y… sus uñas resbalan por la suave musculatura interna, esa que palpita y le recuerda lo sensual y delicada que es. Postrose adoración en sus facciones por aquella hojarasca de cuyo ser interno brotan enredaderas rojas, finas y sinuosas que llegan hasta la punta de esos dígitos que de sus brazos se aferran con intenso clamor.

Ni el bien, ni el mal, ni el sacrificio del que fue víctima, ni del que es verdugo pudo alguna vez procurarle tanto deseo por arrastrar dicha entidad como un muñeco de trapo por el suelo. Separó a Roderich de su torso y afianzó los dedos bajo su mentón, observó como la inyecta mirada se clavaba en sus orbes en busca de despertarle, en busca de… no sabía. Observó como vago terror cercaba a su bien preciado y le hacía suplicar en espanto.

Tan hermoso, tan vivo, tan dañado corazón y el verdugo feroz embelesado admira y siente su candor, su dolor, las punzadas de los músculos en busca de separación entre ellos dos. Las fauces abrió para sonreír maquiavélico, lanzó ecos de vibrante carcajada. Que el mundo supiera que hallaba en descarada cacería a su bien amado. Ordenación o providencia les dirigió hasta aquel cuarto de un prostíbulo de poca exigencia. Como vagas imágenes de un sueño recordó las miradas y las veladas encerrados, cuartos calurosos, el afán con que la avecilla se postraba sobre el lecho para ofrecerle tan grata recreación.

Tronaron los huesos cuando le atrajo, enredando los dedos en las costillas — Gemid… gemid mi dulce ruiseñor —. Lamió sus labios y luego presionó la herida del cuello con el pulgar — Gorjea de dolor… mi pequeño paseriforme —. Su genio desbordado caía en singulares desvaríos, ya que amándolo tanto lo orillaba al término de sus días. Y no feliz con ello, arrancó la mano desde el interior de la caja torácica para relamerse los dedos con una lengua larga, simulando la de un reptil que se enroscaba en cada falange.

Le dejó sin apoyo de su parte, para avanzar hasta uno de los ventanales. Observó el exterior y sonrió. Acarició su cicatriz en el rostro y le miró nuevamente — … — Notó entonces su debilidad, no apartó los ojos de los vecinos. Turbado de pronto se serena, mas templado se muestra, por sus labios vaga leve sonrisa, tierna como el llanto.

Mientras el mundo cae a sus costados y macizos muros lloran quebrantados, lo único importante parece ir por el ave y cogerle con sumo cuidado, antes de rajar con sus propios colmillos la muñeca diestra.  Tentador, rebelde le mira — Separa los labios — casi como campanilla se oía — Hic est enim calix sanguinis mei… — Sonrió y le dio de beber.

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