De pie junto al ventanal, con la espalda adherida a los bloques de concreto permanecía aquella. Cabellera castaña, tan oscura que incluso parecí negra. Su piel, en contraste, tan pálida como una hoja de papel sin mancillar.
Había corrido un largo trecho desde las mazmorras, de seguro la venían persiguiendo, pero… no tenía a donde ir, no conocía el lugar, sólo sabía que los gritos de los guardias se dispersaban en todas direcciones. Sintió ganas de acuclillarse y cubrir su rostro amoratado, llorar hasta que alguien rebanase su cuello.
Sin embargo, muy a pesar del horror que sentía debido a las pisadas que se acercaban, no pudo hacer oídos sordos hacia aquel quejido de ultratumba que se colaba por una de las ventanillas cercanas.
Los dedos avanzaron en movimientos trémulos hacia aquella abertura, quedando de pie tras uno de los largos cortinajes.
Entraron violentamente, mas no divisaron a nadie. Revisaron tras los muebles, en la chimenea que permanecía apagada y nada. Ella tampoco se percató de la presencia de los soldados.
Simplemente, tenía la atención dispuesta… en otro lado…
Desnudo sobre un mesón de madera mellada por los constantes azotes del látigo, un hombre joven se encontraba. Su cuerpo mancillado por el bermejo líquido que salpicaba sobre su dermis cada vez que la tira de cuero flexible se azotaba contra su humanidad.
Pudo ver como ese cuerpo, de seguro febril, se arqueaba; la manera en que sus facciones se retorcían, como la lengua se erizaba cada vez que él mismo se azotaba contra la madera nudosa. Sus gritos, pensó sentir en carne propia su agonía.
- Está empezando a ponerse nervioso – susurró alguien atrás, con pluma en mano escribía cada una de las interrogantes, así como también los gruñidos de respuesta por parte del prisionero.
El inquisidor observaba de reojo, un nuevo golpe, esta vez en el suelo hizo que la mujer tras la cortina saltara en su puesto.
- ¡Sé que has pecado! – ladró, la saliva había salpicado sobre el rostro del compungido.
Nuevos latigazos dejaban marcas en la piel, los músculos se tensaban al jalar de los gruesos grilletes que le mantenían en esa incómoda pose, mostrándose al mundo sin retazo de tela sobre su anatomía, aquel miembro se alzaba al aire como buscando protección de alguien, mas nadie acudía. Volvía a caer sobre la piel ensangrentada de su dueño.
No pudo evitar el sonrojo, sus dedos llevó a los labios ocultando algún tipo de exclamación, aún los soldados revisaban la sala donde estaba oculta, ella… sólo observaba por la ventanilla, oculta entre los pliegues de esa larga cortina.
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