jueves, 16 de septiembre de 2010

Alejandro (7)




Le vio acomodarse, tan tranquilo como elegante, sin duda aquel no era un simple sacerdote salido de las entrañas de la tierra, tampoco pensaba que su origen fuera humilde como el propio niño Jesús, sus miradas y ademanes delataban una vida exenta de infortunios propios de la clase más baja de la sociedad. Sólo entrecruzó los gruesos dígitos con el fin de prestarle atención a sus palabras. Aún así, podía entretenerse mirando la manera en que se acomodaba cual virgen en su noche de bodas y es que le sentaba tan bien el hábito, incluso pensó que podría atraer de manera lasciva a todos los que quería bajo su mando. Sonrió para sus adentros, como si él gustara de los hombres. De hecho, ni gustaba de las mujeres, no es que fuera virgen, no obstante, no era su primer necesidad el enredarse emotivamente con alguien, no, eso había quedado en el pasado, cuando todos aquellos que tuvo cerca le habían dado la espalda en el momento menos apropiado.

Sonrió ante las palabras frías y el mal carácter de su invitado, vaya que tenía la lengua afilada aún sabiendo que con poco esfuerzo podría quebrarle la espalda en varias partes, ultrajarlo e ir a lanzar su cadáver frente de la iglesia, clavado a una cruz de madera rústica. Silenció sus pensamientos y sólo sonrió para aquel en mero gesto de desfachatez - ¿Está seguro de poder castigarme? – los ojos había alzado lentamente, casi como orando al Padre mientras los posaba en las facciones angulosas y no menos deliciosas, ese hombre sin duda era fiero, sabía lo que quería y no se disminuiría ante cualquiera. Por supuesto Alejandro no era como los pelafustanes del exterior, sino uno más grande, tosco y agresivo; al cual debían atrapar entre varios si deseaba provocarle algún tipo de martirio.

Alejó vanas ideas en mente para no perder de las palabras de su interlocutor, quien entretenido estaba en dar a conocer su interés en él, en realzar de extraña forma la importancia que le imputaban, incluso su mirada mutaba a una más dulce y paternal consigo. Entrecerró los ojos para producir sonido gutural, ronco y bruto, sin ninguna explicación más que un mero resoplido de cansancio tal vez o muy poco interés en las palabras que el eclesiástico dejaba entrever – Sólo una persona que nunca haya conocido de Nuestro Señor podría alzar blasfemia tal de no conocer Instituciones Sacras que barren con los males que ciernen sobre nuestras cabezas – acertó a responder con bastante carácter y pesadez.

Con fervor aquel hablaba sobre los pecadores, la manera en que debía ajusticiarles, en cambio Alejandro, no imaginaba tales actos como castigo, más bien, sentía que la Iglesia daba buen descanso a las almas atrapadas en cuerpos pecaminosos, llenos de atroces deslices. Por lo que sólo escuchaba sin interrumpir. El hombre no se daba cuenta, pero sólo había llegado al pueblo a limpiar la escoria de las calles. Respiró hondo, de pronto pensó que podría respirarse nuevamente aire limpio como en alta mar. Los que se quedaban en las ciudades estaban destinados a sufrir los males de la desfachatez de la carne.

Y así volvió a perderse en la labia del contrario, años de estudio y buenos modales afloraban de manera tan graciosa que se le hacía imposible quitarle la vista de encima. Se lo imaginaba tan pulcro y libre de manchas su piel que a pesar de la gran marca en su rostro evitaba pensar en ella; no, ciertamente eso era algo que le atraía más el interés en conversar con él, en escuchar sobre su obra y sus deseos para la ciudad. Él en cambio, muy poco gustaba de conocer lo que sucedía con los demás, sólo se abocaba a su trabajo y luego a descansar, cuando había que aportar divisas a la Iglesia, ofrendaba las necesarias, como buen hombre que era y como buen administrador de su negocio, no por una pequeña cuota negada a Dios iba a perder todo lo que había logrado hasta ese día.

Y entonces, de la nada escuchó las palabras mágicas “La Iglesia le ofrecerá favores si acepta estar bajo mis órdenes”. Aunque la idea de estar bajo las órdenes de otra persona muy poco le gustaba, lo de los favores le parecía buen trueque, eso si se referían a compensaciones económicas, sólo entonces tomó la palabra – Le seré sincero padrecito – aclaró la voz para retomar sus palabras – será incorrecto tal vez que yo pregunte el tipo de favores que recibiré – su rostro incluso sonreía, bueno, sus ojos, puesto que aún el maxilar llevaba escondido con tamaña envoltura que nadie pudo siquiera distinguir su rostro de alguna manera más que por el simple movimiento al momento de emitir sonido. Se levantó y llevó las manos a la espalda con el fin de encamarse por la habitación, meditativo – comprenderá usted, un hombre de negocios apartado de sus empresas perdería todo cuanto ha construido durante su vida – alzó el índice para evitar que aquel contestase – Bien dice la Palabra que uno debe deshacerse de todo aquello que le ate a la tierra, mas… sin mi protección todos los que bajo mi techo se asilan terminarán como los que ha de detener de inmediato al momento de iniciar su Santa misión – Se detuvo entonces para mirarle, ahora, de pie a cabeza vislumbrando algunas hebras doradas saltar de entre sus negras vestimentas.

Tenía el ceño fruncido, no por enojo sino por observar tan deleitable compañía. En cada ir y venir, a hurtadillas clavaba sus claros orbes en los ajenos, tan jóvenes, tan bellos, se rendía ante la hermosura del silencio casto y religioso, a la virginidad que brotaba de cada uno de esos poros. Dulce mirada a pesar de lo fría y casi malvada, no obstante, lo que le hacía caer en pecado eran los labios por los cuales la mirada vagaba perdiéndose en pecaminosos pensamientos. Y de pronto el sobresalto de percatarse de su mirada fija para con aquel. Tosió un poco para hacerse el desentendido y continuó con su caminar lento y poco elegante - ¿Qué podría ofrecer que apeteciera a un comerciante como el que ha elegido? – sonrió entonces para sentarse - ¿Qué fue lo que le hizo acercarse a mi morada justo después de tan largo viaje?, discúlpeme usted, pero se le ve bastante agotado, ¿se siente bien? – Ganas de cogerlo con cuidado de la mano no le faltaron, el simple hecho de imaginar tamaña grosería, le escocía, le inquietaba. Tamaña desazón le invadió, tanto que tuvo que arrancar de uno de sus bolsillos un género mal recortado para llevar hasta su frente y quitar así el rocío tibio: sudor de su frente.

No había duda, este trabajo lo llevaría a la ruina… no obstante, no le parecía tan mal si podía llegar a tener la gracia de escuchar por más tiempo aquella voz angelical.

2 comentarios:

Haro.chan dijo...

Tan rico mi Alejandro *-*
Este post en concreto fue amor.

Freya Nightray dijo...

Oh vaya sakuma'san, entro y veo esto, creo que me lo leeré desde el principio.
Ah! soy una chica que le había agregado en el facebook xD!
pero me acordé que me había dicho de sus relatos y vine a leer~
A lo mejor ni se acuerda - -Uu... da igual
*-*... trataré de estar aqui seguido... Escribe genial!
Hasta pronto!

Freya<3

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