viernes, 24 de septiembre de 2010

Alejandro (9)


(Ya ha pasado harto luego de la última actualización, ahora ambos personajes están bebiendo vino tinto en la sala)


Solícito e histriónico se movía en grata charla con su acompañante, ese que le miraba tranquilo y casi de manera adormecida. No obstante, entendía que no podía hacerse mucho a la buena plática, recién venían conociéndose como para que de la nada soltase la lengua, mucho menos en residencia muy diferente a las de la cofradía a la que pertenecía aquel. Le miraba atento, cada uno de sus ademanes, por de más austeros, no por ello menos elegantes, interesantes. Seguía de buen gusto la manera en que el contrario se servía el vino ofertado, ese que tan bien habían hecho en la vivienda hacía unos cuantos años y el sonido que tanto deseaba escuchar, el de aprobación, pequeña mueca con los orbes y luego desvió su mirada hacia el vino tinto que se mecía tan ladino en su copa. Dejó irrigar su paladar con aquella sustancia sin perder de vista al que estaba justo en frente a él.

Los sirvientes iban y venían, prestando atención necesaria a ambos mientras aún el silencio se comía cada uno de sus suspiros o respiración, daba igual, de todos modos él sólo se concentraba en todo lo que proviniera de su consorte. Mas el agrado fue mayor cuando le vio beber por completo, sus cejas se alzaron en una mueca de sorpresa, no pretendía que fuese tan rápido aquel hombre. Vaya que tenía sed y él pensó que estaba siendo descortés al invitarle a beber – Feliz me quedo en el regocijo que provoca oíros tan agradado de las vides mías - atado al sillón por lianas invisibles seguía en devaneo dulce la cata de alcohol y la de la visión contraria. Cabellera tan clara que invitaba a las caricias, así como la faz decorada por una marca que muy lejos de parecer horrenda, sólo le invitaba a pecar imaginando lamerla.

Llegaron unas cuantas mujeres para aposentarse a los costados de la mesa, con vestimentas limpias, esperando a que el amo indicase la hora para servir los deliciosos manjares que habían preparado para los comensales. Así desvió la mirada hacia letanía, allá donde el sacerdote no yacía, sólo esperando calmar el estado de insanidad moral – Oh… créame padrecito que a lo que han preparado para agasajarle no se podrá negar – nuevamente servían tragos al invitado, el hombre miraba a los sirvientes para que fueran cautos, silenciosos, que no molestasen de ninguna manera al hombre que tenían por delante – usted nunca importunará a nadie… - le miró a los ojos, clavando los orbes rosáceo pálido en los ajenos – créamelo… - casi gruñido gutural, caricia vocalizada que llegaría a aposentarse en los oídos del siervo de dios.

Pestañeó, el invitado le miraba silencioso como si buscara explicaciones por algo, no obstante, poco a poco su rostro se iba manchando de rojo. Sintió por dentro revoloteo incesante de miles de mariposas, sonrió igualmente sin dar a conocer todo lo que en su interno ser se cernía, bienestar de aquel que antes no saborearía y así, de la nada se alzó para mecer con cuidado el antebrazo dando invitación adecuada a su invitado – La mesa espera… mi señor – susurró lo último, más para sí que para oídos vecinos. Al pasar el rubio junto a él sólo se permitió aspirar su aroma, como un perro de caza que buscaba rastros de la liebre a cazar, como si de la nada fuera un enorme reptil al acecho en busca de la pequeña criatura que devoraría lentamente antes de relamer sus dientes y tragara la saliva espesa.

Yendo tras el invitado le condujo como pastor a la oveja, hasta llevarlo a buen paradero, la silla selecta. Sostuvo desde los laterales la misma esperando a que el otro se acomodara allegándolo cuidadoso hasta la orilla - [i]Todo es gala con usted en rededor[/i] – pensó sonriente, cortés y se dirigió hasta su puesto que no era más lejano que un par de pasos, no deseaba que el otro se encontrara muy apartado, después de todo, la buena charla entre futuros compañeros de trabajo debía suscitarse sin contratiempos, ni obstáculos. Miró entonces, de maría fría y tosca para solicitar de inmediato que sirvieran la comida. Nuevamente los pasos descalzos de los sirvientes se hicieron un tamborileo que junto a la lluvia parecía hasta música ambiental. Le miró de lleno y sonrió – Espero que los alimentos sean de toda su complacencia Padre – aún ni sabía su nombre, no obstante, no estaba seguro si era adecuado preguntarlo, se contuvo, desvió la mirada hacia los candelabros sobre la mesa, justo donde posaban fuentes con ensaladas varias.

Llegaban entonces las bandejas con dos pequeños pocillos de consomé, que no era más que caldo de ave con algunas especias, así, cuidadosamente dejaron aquellos platillos sobre los más grandes ya puestos cómodamente sobre el mantel - ¿Podría usted bendecir los alimentos padrecito? – mirada furtiva, de animal hambriento, ocasionalmente no de alimentos, sino de otro tipo de carne, una blanca y aún en movimiento, sí… la piel de ese sacerdote pintaba deliciosa, incluso sintió en su nariz como si ya la presionara contra sus muslos y resbalara por ellos hasta donde el sacerdote perdía toda castidad. Entrecerró los ojos acariciando sutilmente el mango de la cuchara de plata y no pudo evitar que su lengua acariciara el interior de sus dientes. Pestañeó lento antes de cerrar los ojos e inclinar el rostro. No escuchaba tantas oraciones, sólo se concentraba en la voz de su vecino, hipérbole vocal, todo cuanto pensaba era suciedad… gemidos y jadeos que nunca hubo pronunciado el de cabellera dorada, el pelirrojo soñaba y lo hacía a lo grande, pictogramas de su invitado en diferentes movimientos sobre la mesa mientras él le devoraba, mientras con lascivia jugueteaba con los retazos de un cuerpo que pensaba virginal. Ahhh… que festín aquel el que se daría.

Tanto pensamiento no lograba dilucidar lo que era fantasía de lo que era real – Amén – susurró con humilde voz y gesto para abrir los ojos y percatarse de que aquel hombre era poesía hecha realidad.

Tomó así la cuchara antes acariciada de manera incitadora, ahora como cualquier instrumento acomodaba entre sus dedos grandes para ir por la primera bocanada de alimento. Lento, tranquilo probó aquello, no deseaba que de entre sus dientes resbalara la más mínima lágrima de sopa, no deseaba quedar en ridículo delante de tal hombre, podría mostrar su verdadera forma delante de cualquiera, mas delante de éste sólo pretendía ser lo más perfecto posible. Miles de sutiles lisonjas para congraciarse con aquel de mirada fría y distante - ¿De qué comunidad viene el padre? – quería tenerlo cercano, aún no sabiendo la manera de llegar a él. Sólo llamó a los demás para con la mirada indicar que mantuviesen llena la copa del sacerdote – Como médico el licor actúa… ya verá que el cuerpo haya candor en una noche tan fría – susurró con dobles intenciones, puesto ya sabía lo que haría.

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