Manos pálidas y tan frías como la piedra temblaban a medida que el cuerpo se arrastraba dejando huellas de su basta existencia en la nada. Huesos torcidos, expuestos a la visión del mundo mientras los trozos de músculos en proceso de descomposición los abrazaban como abrigando a un bien apreciado – Ahhh… – jadeó leve como una serpiente mal oliente, siseando enredado aparatosamente en la piel que dejaba atrás, no obstante, dicha piel no era más que toda la corporalidad, toda ella, para poco a poco desintegrarse en fino polvillo.
Murallas, altas y negras resguardaban los vestigios de otras eras, señales de humano deformado, evolucionado, decepcionado de su suerte… de su existencia. Y así, en torbellinos silenciosos avanzaba la masa hecha polvo, se entrelazaba con retazos de gradientes de diferentes colores, le gustaba diseminarse, posarse en todo lo que habitaba, examinarlo con paciencia abrumante. No había apuro, nadie le llamaba, nadie le interesaba como para avanzar de manera rápida.
Amante de lo áfono en silencio errumbaba, con señales de presteza, ligereza… monotonía concebida en una locación sin límites conocidos que pudiese traspasar siquiera. Lo exasperaba… no obstante, debía admitir, que todo el encierro conllevaba ciertos gustos por los gritos y blasfemias emitidas por las criaturas vecinas, no tan gráciles como deseara, bestias de ojos saltones y mejillas pálidas pinceladas en rosetones, frágiles cuerpos que se mecían con el viento, aglutinando sin fin de debilidades, dulzura… amabilidad, bastas formas de existir que no comprendía, ni deseaba experimentar.
Trayecto incierto, mas para todo lo que tenía que hacer allí, era nada más que entretención, ánimo de explorar los lóbregos rincones que le proporcionaban una que otra figurilla inexperta, dispuesta a la pasión. Pasión… sacrificio… qué más daba el vocablo a utilizar, era mucho mejor sentir los gritos, la expresión en su mirar, cada vez que intuían que hasta allí llegaba su boleto en la travesía denominada vida. Ahh… gusto insaciable por lo que pronto yacería en la cripta. La misma que tenía en las mismas vísceras. La misma que le invitaba a una danza sin fin, una danza donde el único que gustoso y preparado era el oscuro… polvo que se condensaba entre las tablas del suelo y que de la nada se convertía en sanguinolenta masa que se revolvía, burbujeaba. Sonidos guturales, otros más explícitos de la carne revuelta y hecha trizas, amasándose como una verdadera lombriz sanguinolenta.
Hedía… a vida, a la misma vida que recorría su ser, la que arrancaba de otros a la hora de comer. Nicho de afecciones, cuál de ellas más macabra, bilis, pus, derrames varios, hacedor de dolencias más allá de lo carnal, comenzaba a arrastrar su putrefacta humanidad, por paredes se deslizó y las rendijas traspasó, orillas oscuras de las que se sirvió para viajar más pronto. Husmeaba acechando, descartando lo que no fuera de su complacencia, al parecer, nada de lo presente allí lo era.
Todos, para él, infames entes eran, sin valor aparte de servir de nutriente, bebida o carne… daba igual, hasta en el deceso les servían de entretención.
Fortuito fue el que llegara a un lugar nunca antes visitado, varias plantas, muchas en realidad, más de las que gustara, más de las que aceptara. Residente disgustado con la visión tan “viva” desapareció por completo dejando que su cuerpo alcanzara temperatura tal que su dermis se esfumó como gas, del mismo modo sucedió con las vísceras contenidas por la piel repugnante. En cuestión de minutos no era más que lagunas derramadas entre las plantas, como manchas grandes de agua, agua oscura y de gran poder fertilizante, tanto que los mismos vegetales comenzaban a decaer significativamente en meros segundos de contacto con el nuevo alimento.
Los sentidos de pronto detectaban manjar que embelezaba, necesitaba acercarse y de pronto la marejada como brea, divisaba a lo lejos un par de figuras de piel tersa, camuflaje perfecto, verdosa gama de orbes y cabellera ostentaban, debía acercarse, examinar… análisis forense propiciaba desarrollar.
Las gotas de oscuro color ascendían por los tallos y se acercaban a las hojas para que al momento de caer de la planta se convirtieran en una marejada de lepidópteros de oscuro matiz, sobrevolaba así a ambas entidades con el único fin de rozar dermis ajenas, probar deseaba, degustar lo que se presentaba.
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